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Julio Llorente

"La belleza es el tributo que el autor rinde a la verdad"

Julio Llorente en la redacción de Mirada21 durante su entrevista para Corresponsales de Paz
Julio Llorente en la redacción de Mirada21 durante su entrevista para Corresponsales de Paz
Hugo García Reina | C_dPaz  |  12 ABR 2023

Julio Llorente estudió Periodismo y Relaciones Internacionales en la Universidad Francisco de Vitoria, pero su trayectoria profesional está atravesada, de un modo u otro, por los libros. Cursó, también, el máster en Humanidades de la UFV y, a pesar de su juventud (1996), ha tenido tiempo de traducir alguna obra al español, dirigir una editorial, y fundar la suya propia: Ediciones Monóculo, que, sin haber cumplido aún dos años de vida, cuenta ya con diez libros publicados. 

Como él mismo explica, la fe es la piedra angular sobre la que conforma su manera de estar en el mundo y, por tanto, su manera de escribir. Algo que el lector puede comprobar en los textos que publica periódicamente en Voz Pópuli y Alfa & Omega, donde es columnista. Llorente está convencido de que el hombre no está hecho para vivir en la situación de ruido, prisas y estrés que le rodean hoy, y utiliza la pluma como arma para combatir esta tendencia. Frente a las plataformas de streaming y la tentación del teléfono móvil, defiende el remanso de paz que ofrece la lectura de un buen libro, frente a la “idolatría de la independencia”, defiende la construcción de vínculos emocionales fuertes. Frente a lo anodino de la noticia “robotizada”, defiende un periodismo más creativo, frente a la utilidad inmediata de un sesudo ensayo, defiende la felicidad de encontrarse con un buen verso, y frente la frialdad del dato, defiende la belleza como camino hacia la verdad.

En definitiva, Julio Llorente se opone a todo aquello que condena al hombre a una existencia mediocre, y celebra las maravillas que le reconcilian con su esencia natural. Y es precisamente eso lo que hace en esta entrevista que concede a Corresponsales de Paz.

¿Cómo un miembro de la estirpe de los Llorente, probablemente la familia más deportista de España, acaba dedicándose a las letras?

Yo termino dedicándome a las letras, para disgusto de mi familia paterna, por mímesis. No decidí imitar a ningún miembro de mi familia paterna, ni a mi padre, que fue futbolista, ni a mi tío, que también, ni a mis otros dos tíos que fueron jugadores de baloncesto, ni a mi tío abuelo (Paco Gento), que fue futbolista también. No decidí imitarles a ellos, digo, sino a mi abuelo materno. Yo, cuando era niño, iba a desayunar con él y, mientras desayunaba y jugaba con dinosaurios de juguete o lo que fuese, lo veía a él leer el periódico y, como para mí era un referente, quería ser como él. Y entonces empecé a leer los periódicos como él, empecé a leer libros como él… Fue por pura mímesis, por el deseo de ser como mi abuelo materno. 

 

Cualquiera que le conozca o le haya leído un poco sabe que la fe juega un papel muy importante en su vida. ¿También esto tiene algo de herencia familiar?

"La fe permea todos los ámbitos de mi vida"

Bueno, no es que la fe juegue un papel muy importante en mi vida, es que la fe es mi vida. Y creo que para el católico debe ser así. La fe permea todos los ámbitos de la vida de uno, y uno no es el mismo antes de haberse encontrado con Cristo y después de haberlo hecho. Mi fe, la que me inculcaron en el colegio, supongo que como la de la mayor parte de los de los adolescentes, era una fe rutinaria, una fe inocente que no había superado dudas porque uno no se había enfrentado a ella. No estaba forjada a prueba de dudas. Ahora es una fe distinta. Pero digamos que podemos decir que sí, que la fe sí me viene de familia. Lo que pasa es que no basta con la fe, con que uno viva lo que le han inculcado en la familia, sino que llega un punto en el que tiene que ahondar en ella, y esa profundización sólo puede ser personalísima. Como digo, no es que la fe juegue un papel importante en mi vida, sino que la fe lo es todo. Es mi forma de mirar el mundo, mi forma de escribir, incluso mi forma de editar libros está afectada por la fe. Si no, la fe no tiene sentido. La fe no es algo que podamos confinar en el ámbito privado, algo que podamos enclaustrar en las iglesias, sino que al final el encuentro personal con Cristo a través de los sacramentos afecta a todos los ámbitos de la vida de uno. 

 

¿Se puede ser liberal y católico al mismo tiempo?

Esa va con mala idea (risas). Yo creo que no, del mismo modo que no se puede ser marxista y católico, ni se puede ser fascista y católico. Yo creo que el católico no necesita una ideología. Como decíamos, el encuentro personal con Cristo afecta a todas las dimensiones de la vida de uno y por lo tanto uno no puede mirar la realidad ideológicamente. Al final, el católico tiene una manera de pensar la economía, una manera de pensar la política, que es incompatible con el liberalismo, el comunismo, el fascismo… Que es propia y que no es ideológica. Además, digamos que el liberal se acerca a la realidad, a la economía, a la política, de forma prejuiciosa, mientras que el católico, que tiene claros un puñado de dogmas, se acerca con apertura de espíritu. 

"El católico se acerca a la realidad con apertura de espíritu"

El liberal, por ejemplo, le dirá a uno que los impuestos están mal en todo contexto. Entonces, sea cual sea el contexto en el que se suban los impuestos, la subida es mala, porque subir impuestos está mal. El comunista dirá lo contrario, que es bueno. Entonces, como subir impuestos está bien, lo está en cualquier contexto. (Es un ejemplo reduccionista y tonto, pero creo que es ilustrativo). El católico se acerca a la realidad de una manera distinta, con apertura de espíritu. ¿Por qué? Porque tiene claro cuál es el objetivo. Y el objetivo es el bien común. Si en un momento determinado, subir impuestos contribuye al bien común, bienvenida sea la subida de impuestos. Si en un momento determinado bajar impuestos contribuye al bien común, bienvenida sea la bajada de impuestos. Esa es una aproximación no ideológica a la realidad. Tenemos claros cuáles son los fines a los que debe tender el hombre, los fines a los que debe tender la política, los fines a los que debe tender la economía, y a la luz de esos fines tomamos los medios más adecuados. Por lo tanto, digamos que el hombre con pensamiento ideológico, como tiene unos prejuicios y un sistema cerrado, termina degradando la realidad, estrechándola y reduciéndola, para que quepa en ese sistema. El católico, en cambio, está abierto a toda la grandeza de la realidad. 

 

Vivimos en una época en la que cuestiones como la ansiedad y la depresión están muy presentes, sobre todo en la juventud. ¿Tiene esto algo que ver con el hecho de que se estén llenando los psicólogos al mismo tiempo que se vacían las iglesias?

Qué pregunta tan complicada y sobre la que es muy difícil pontificar. Creo que tiene que ver con las iglesias y que tienen que ver también con la erosión de la familia, con la erosión de los vínculos naturales. Cada vez más gente viviendo sola, cada vez más niños criados en familias desestructuradas, cada vez más amistades superficiales y menos amistades profundas. Cada vez más tiempo con el teléfono móvil en la habitación y menos tiempo fuera, en las calles, con amigos, compañeros, camaradas. Creo que tiene que ver con todo eso, con el desgaste de los vínculos naturales. Uno de los grandes problemas del hombre contemporáneo es que está muy solo. Estamos hiperconectados, pero a la vez aislados. Y supongo que tiene que ver con eso, aunque a mí sobre estas cosas me da mucho miedo pontificar porque son temas muy sensibles y porque tampoco tengo el conocimiento. 

 

De hecho, una de sus columnas es precisamente un “elogio de la dependencia".

"La dependencia es la condición para que el amor florezca"

Sí. Hay en el ambiente una especie de idolatría de la independencia y un recelo hacia la dependencia. Incluso en política lo que se busca en muchas regiones es la independencia. Y por supuesto también en el amor. Decimos “bueno, no me comprometo porque prefiero preservar mi independencia y elegir más o menos relaciones a la carta, superficiales”. Yo creo que es al revés, que somos dependientes. No podemos alcanzar por nosotros mismos los fines a los que aspiramos y no podemos realizar nuestra naturaleza por nosotros mismos. Porque somos débiles, somos también dependientes. Esa dependencia, además, es la condición para que el amor florezca. Que seamos débiles, que necesitemos de otros para realizarnos, que necesitemos entregarnos plenamente a alguien, a nuestros amigos, a nuestra mujer, a nuestros hijos, y que estos a su vez se entreguen a nosotros. No es algo unidireccional, sino bidireccional. Nosotros entregándonos a otros y esos otros entregándose a nosotros, es recíproco. Esa es la base del amor. Sin la dependencia no habría amor. Y qué mundo tan triste uno en el que no hay amor. Hay que reivindicar la dependencia y recelar de la gente que se dice independiente. Porque un hombre, por su propia naturaleza no puede ser independiente, está necesariamente vinculado a otros. Esa aspiración a la independencia es tóxica y está provocando la soledad de la que hablábamos antes. 

 

Sin embargo, parece que algunos ya se han dado cuenta. Ahí tenemos el fenómeno Ana Iris Simón, reivindicando la reconciliación con los valores tradicionales, e incluso con el cristianismo.

Claro, porque no estamos hechos para la soledad. No estamos hechos para las relaciones superficiales, para los vínculos débiles. Estamos hechos para los vínculos fuertes, para las relaciones profundas. Estamos hechos para entregarnos plenamente. Estamos hechos para vivir en una familia, no para vivir solos en un… Iba a decir en un piso, pero ya no es ni eso…  ¡En una habitación grisácea! Pero aunque el tiempo nos parezca muy oscuro, hemos de preservar una esperanza, que es la esperanza de que la naturaleza humana está ahí y de que es algo así como una muralla. Por muchos experimentos que quieran hacer los ingenieros sociales, por muy solos que nos deseen, el hombre no está hecho para eso. Su naturaleza no es esa. Entonces, si nos creemos lo que decimos, que es inmutable y que no ha variado entre el hombre de las cavernas y nosotros, servirá como valladar frente a todos esos experimentos. Y yo creo que ese es el motivo por el que están floreciendo fenómenos como el de Ana Iris Simón. Fenómenos de reivindicación de la vida tradicional y de los vínculos sociales fuertes. Han surgido porque es lo que necesita el hombre, porque es para lo que estamos hechos. 

 

Muchas veces rechazamos lo antiguo, lo que ha perdurado en el tiempo, simplemente por el hecho de ser antiguo. Quizás habría que hacer lo contrario, aunque fuera sólo como postura de entrada…

Claro. Nuestra época es adanista y parece que sólo puede relacionarse con el pasado despreciandolo. Su única actitud hacia el pasado es el desprecio, el desdén y, en el mejor de los casos, la condescendencia. “Pobrecitos, que vivían en la ignorancia. Menos mal que nosotros ya vivimos en la luz”. Yo creo que habría que acercarse al pasado con una actitud más humilde. Pero tampoco quiero proponer la asunción acrítica de todo el pasado, ni una nostalgia excesiva, sino simplemente relacionarnos más sosegadamente con él. Saber que en el pasado se cometieron errores, que probablemente no tenían los conocimientos técnicos y tecnológicos que tenemos ahora, pero que hay muchísimas cosas del pasado de las que podemos aprender y que podemos rescatar porque son buenas para el hombre contemporáneo. Hay una fuente de riqueza en el pasado tremenda de la que realmente no somos conscientes. Y por otro lado, tanto nosotros, que estamos aquí hablando como lo estamos haciendo, como todas esas personas adanistas que juzgan inmisericordemente el pasado, estamos afectados por lo que hicieron nuestros ancestros. Entonces, en realidad no puede haber una relación hombre contemporáneo-pasado, sino que el hombre contemporáneo es directamente resultado del pasado. Ese afán de juzgar el pasado es muy injusto porque sería también juzgarse a uno mismo. No sólo en uno está el pasado, sino que uno es su pasado. 

 

Cambiando de tercio. Si tuviera que destacar algo que le haya aportado su paso por esta universidad, ¿qué sería?

Yo diría que lo que me ha aportado principalmente es una visión amplia de la realidad. Yo estudié Periodismo, pero hay una serie de asignaturas transversales compartidas con todas las carreras, que aquí se llaman de formación humanística, que le permiten a uno no recluirse en su carrera, en su ámbito de estudio, sino trascender las fronteras de su ámbito de especialización y contemplar la realidad de forma más amplia. Creo que soy el periodista que soy ahora porque cursé esas asignaturas. Después, además, completé lo que esas asignaturas no me enseñaron estudiando el Máster de Humanidades de la Casa, que la verdad es que es una maravilla. Y yo sin sin eso no sería el periodista que soy ahora, para bien o para mal. Digamos que ha moldeado mi forma de relacionarme con la realidad y de ver las cosas. Entonces hablaría muy elogiosamente de la formación humanística que recibe uno en esta universidad. También, supongo que uno no lo valora cuando está aquí dentro, y en eso difiere de muchas otras, por supuesto, de la pública, la relación entre profesores y alumnos puede ser muy estrecha, y un profesor puede convertirse en maestro. Eso es una maravilla que no está al alcance de todos.

 

Estudió Periodismo pero has acabado fundando una editorial ¿Cuál es el camino que hay entre una cosa y otra?

Bueno. Hay una relación muy clara, que son las palabras. El periodista, igual que el editor, tiene que dar forma a las palabras para contar cosas distintas (aunque la creación del periodista sea original y el editor se dedique a dar forma a las palabras de otro). Pero bueno, digamos que el vínculo son las palabras. Es verdad que, yo no pensé que iba a acabar como editor. De hecho, probablemente en mi infancia, incluso desconocía la existencia de la profesión de editor. Y ya en la adolescencia, cuando quizás si fuese consciente de la profesión, la veía como una profesión atávica, exótica y una profesión, además, a la que sólo podía acceder una “élite”, y lo digo entre comillas porque ni es élite (por lo menos económica) ni es nada. Terminé como editor porque me surgió la posibilidad, y como a mí me encanta leer y me encantaba también escribir, me vino este trabajo como anillo al dedo. Pero no lo busqué. De hecho, dudo que exista algo así como la vocación de editor, pero para mí es un trabajo estupendo. Pero ahora que he pisado esta redacción me ha entrado el gusanillo de dedicarme a la actualidad, el vértigo y todo eso. Aunque probablemente con un día en la redacción me bastaría para añorar la profesión de editor, el sosiego y la calma (risas).

 

¿Cuál es el espíritu que hay detrás de Ediciones Monóculo?

"Nuestro modo de relacionarnos con el trascendental de la verdad es a través de la belleza"

Es difícil, porque cuando a uno le preguntan por su valor diferencial, no sé cómo demonios se llama en marketing, para mí es muy difícil decirlo porque hay muchísimas editoriales que hacen un trabajo estupendo. Nosotros lo que pretendemos en Monóculo es publicar libros que merecen la pena. Libros bien escritos que, de algún modo, hagan al lector más agradable su paso por este mundo, que le ayuden a vivir mejor, sin demasiadas pretensiones. Libros, además, que pongan en contacto al lector con la belleza. No nos interesan tanto los temas que traten los autores, sino cómo los traten. Digamos que nos relacionamos más con el trascendental de la belleza que con el trascendental de la verdad. O, si se quiere, que nuestro modo de relacionarnos con el trascendental de la verdad es a través de la belleza. Alguien podría llegarme con una idea genial de ensayo, con un tema originalísimo, pero si ese ensayo no estuviese bien escrito, por original que fuese y por intelectualmente admirable que fuese, no lo publicaríamos. Porque nuestro objetivo es poner a nuestros lectores en contacto con la belleza. 

 

Pues esta iba a ser la última pregunta, pero ya que lo has traído… ¿Es la belleza el camino hacia la verdad? 

Bueno, nuestro primer contacto con la realidad es estético. Y sí, supongo que sí. A uno le entran ganas de conocer, por ejemplo, la naturaleza de un petirrojo, porque antes el petirrojo le ha cautivado estéticamente. O uno quiere conocer la verdad de de otra persona, de un amigo, de una mujer, porque antes ha visto en ella algo (que no tiene porque ser belleza física) que le parece bello, o que directamente le ha hecho pensar que es bello que esta persona exista. Nuestra curiosidad se despierta cuando vemos algo que nos conmueve. Entonces sí, en ese sentido, a la verdad se llega a través de la belleza. Yo lo pienso siempre, en literatura la belleza es el tributo que el autor le rinde a la verdad. Si alguien tiene entre manos un ensayo importantísimo sobre un tema muy relevante y quiere alcanzar la verdad de ese tema, lo mínimo que puede hacer, si valora la verdad, es hacerlo de una manera bella. Entonces, sí, quizá sí, aunque debería pensarlo más. 

 

Más del 80% de los libros que se publican en España venden menos de 50 ejemplares. ¿Demasiada gente escribiendo? ¿Demasiadas editoriales publicando? 

"Cada vez hay más escritores y menos lectores"

Es verdad que uno de los problemas del sector editorial es la desproporción que existe entre la oferta y la demanda. Hay mucha oferta para una exigua demanda. El otro día lo hablaba con un poeta, Jesús Beades, que me decía que no hay lectores de poesía puros, que son los que leen poesía pero no la escriben. O sea, quien lee poesía es porque también la escribe. Y yo creo que ese fenómeno, que es especialmente evidente en la poesía, puede extenderse a los demás ámbitos de la literatura. Cada vez hay más escritores y menos lectores. Hay gente que escribe habiendo leído, digamos, poco, o incluso no habiendo leído nunca. Quien lee es porque también escribe. Entonces sí, es descorazonador en el sentido de que cada vez hay menos lectores puros, menos gente que, sin escribir, se acerca a un libro por el mero deseo de disfrutar. Pero bueno, yo también soy optimista en este sentido. No creo que el número de lectores se reduzca mucho más, porque el que sigue leyendo hoy ha superado la tentación de WhatsApp, de Netflix… Ha superado diez mil tentaciones. Digamos que su hábito de lectura está forjado a prueba de bombas. Y, por otro lado, también la lectura es un modo de poner un poco de calma a nuestra vida vertiginosa. Cuando uno lee, se detiene el mundo. Todas las prisas con las que vamos, todo el ruido que tenemos de fondo en nuestra mente, los problemas, la agitación, se detienen por un momento cuando uno empieza a leer.

Quizá en algún momento todos empecemos a ver un buen libro como un remanso de paz en un mundo demasiado inquieto. Hay que mantener la esperanza. Primero, porque los hábitos de lectura, como digo, están forjados a prueba de bombas; y después, porque el hombre no está hecho para la situación en la que vive hoy, sino para la paz de los libros y de una conversación tranquila y de unas cervezas. Entonces, probablemente, el sector editorial se recupere cuando veamos que toda la pirotecnia digital no nos ayuda a alcanzar el fin para el que estamos hechos, y leer, en cambio, sí. De todos modos, tampoco hay que idolatrar la lectura. O sea, no basta con leer. Hay que leer buenos libros y además leerlos con la actitud adecuada. Leer buenos libros, no quiere decir leer sólo los clásicos, hoy se publican muy buenos libros y no sólo en Monóculo (risas). Y, sobre todo, leerlos no para jactarse luego de haberlos leído ante los amigos o para cumplir el trámite: “Es que me he leído la Odisea, porque la Odisea hay que leerla”. Ese no es el espíritu. Hay que reivindicar la buena lectura, leer buenos libros y leerlos con la con la actitud adecuada. 

 

¿Y cree que es verdad eso que se dice de que la gente de hoy lee menos de lo que se leía antes? 

Sí, aunque, si lo pensamos bien, nunca se ha leído mucho. Antes de antes del siglo XX los índices de alfabetización eran reducidísimos. La gente no leía. Siempre ha sido algo reservado a las élites intelectuales, que pudo generalizarse un poco más en la segunda mitad del siglo XX, pero la lectura nunca ha sido un fenómeno masivo y probablemente no lo tenga que ser. Quizá el problema del hombre medio actual no es tanto que no lea sino qué es lo que hace cuando no lee. ¿Cuál es la naturaleza de su ocio? La pura dispersión. El problema es que cuando uno no lee, está con el teléfono móvil, todo el rato disperso, y es incapaz de concentrarse. No disfrutamos de una conversación con nuestros amigos, sino que estamos tecleando el móvil. Quizá estemos con ellos físicamente, pero no estamos ahí verdaderamente. Vivimos en una permanente dispersión, con prisas y con un afán ya casi enfermizo de vivir experiencias nuevas e incómodas con nuestra rutina. Se dice que uno de los problemas del hombre contemporáneo es que vive obviando el pequeño detalle de que va a morir. Yo elevo la apuesta: ese es un problema, pero el principal es que vive sin ser demasiado consciente de que vive. Tenemos que recuperar la consciencia de que vivimos.

 

Además de dirigir la editorial, es columnista en Vóz Pópuli y Alfa & Omega. ¿Miró siempre el columnismo como el lugar al que quería acceder dentro del periódico?

"Siempre he tenido vocación literaria" 

No me imaginaba de columnista. Lo veía algo muy difícil, y supongo que lo es. Lo que pasa es que me he dado cuenta de que a uno no le hacen columnista por sus méritos o porque es especialmente bueno, sino por pura suerte. Porque hay muchísima gente escribiendo fenomenal, y columnistas hay un puñado de ellos. Hay una mezcla de contactos, de suerte y de oportunidad. Y eso es un poco lo que le hace a uno empezar a escribir columnas. Pero sí me fijaba, porque yo siempre he tenido algo así como una vocación literaria. Ahí está la definición de Umbral, que decía que la columna tiene un poco de ensayo, un poco de poema, y algo también de novela. La columna es el más literario de los géneros periodísticos. Y por eso me fijaba en él. Al final, leer una noticia, perdón, pero es anodino, es una experiencia incluso tediosa, porque de algún modo se ha impuesto la idea de que hay que escribir noticias como las escribiría un robot. La idea de que uno no puede incluir adjetivos. Ahí, en el fondo, hay algo muy pernicioso, que es reducir la verdad a datos. “El periodista tiene que contar datos”. Pero, oiga usted, ¿la verdad son datos? Si la verdad fuesen datos filosofaría mejor un robot que un hombre. La verdad no son datos. Yo creo que hay que reivindicar un periodismo más literario, más creativo. Luego nos extrañamos de que no sé qué periódico utilice inteligencia artificial para escribir noticias. Claro, porque antes hemos degradado el trabajo del periodista. Entonces yo creo que habría que “literaturizar” el periodismo entero. Creo que la corriente estadounidense de mediados del siglo XX, el periodismo literario de Tom Wolfe y Truman Capote, es una maravilla. Ojalá estuviese más extendido y ojalá se enseñase a los alumnos en las facultades de Periodismo a hacer eso, porque redactar noticias y textos asépticos y objetivos lo puede hacer un robot. El periodista será irreemplazable por un robot cuando le aporte algo de humanidad y algo de creatividad a sus piezas. Y eso no está reñido con la verdad, porque la verdad no son datos. Ojalá se enseñe en las facultades a contemplar la realidad, primero, después a interpretarla y finalmente a sublimarla en un papel con belleza. Ojalá. 

 

Quizá esto que ha dicho es una de las razones por las que hay tantos jóvenes que lo que quieren es ser columnistas. Pero, ¿no cree que hay una especie de sobrepoblación de columnistas y que, de alguna manera, cada vez tiene más peso la opinión frente a la información? 

"La información está sobrevalorada"

Uf, no lo sé. Puede ser, lo que pasa es que a mí me parece bien. O sea, de ser así, no me incomodaría nada. La información está sobrevalorada. De verdad lo creo. ¿Qué le aporta a uno que Pedro Sánchez haya hecho tal cosa y un periodista lo haya contado? ¿Me ayuda a mí a vivir mejor? Bueno, puede estar bien conocer mínimamente las prácticas y los hábitos de los poderosos, pero no es lo más importante. Uno de mis problemas con el periodismo es que obvia prodigios que están a la vista de todos. Prodigios, además, que son estrictamente cotidianos. El otro día paseaba por un parque, iba observando a la gente y me dije: “Es que esta es la mejor noticia que se pueda ver. Niños jugando, ancianos conversando…” ¿Por qué los periódicos están infestados de declaraciones de Pedro Sánchez y de Feijóo, si esto es mucho más interesante? Y además, qué bien que un periodista supiese narrar estas escenas cotidianas con arte, contemplarlas y sublimarlas después expresándolas con palabras. Digamos que en el periodismo hay cierto reduccionismo. Si los periodistas buscamos la verdad, prestemos atención a las verdades que hay a nuestro alrededor, a esas escenas cotidianas en las que palpita la naturaleza humana. No reduzcamos la verdad a las declaraciones de Pedro Sánchez, a las corruptelas de tal político, a las corruptelas de tal empresario. Eso es un pequeño aspecto de la verdad, pequeñísimo. Centrémonos también en todo lo demás. Contemplemos la realidad en todo su esplendor. Yo creo que ese es el problema del periodista, que ha reducido muchísimo la realidad. 

Además, ha pasado a identificarse lo noticioso con lo escandaloso, con lo escabroso. Para el periodista es noticia que un tren no llegue a su destino, cuando si lo pensamos, es más milagroso (y por lo tanto más noticioso) que los trenes lleguen siempre, o casi siempre, a su destino. Algo así decía Chesterton. Hay más milagro en que un tren llegue a su destino que en que un tren no llegue a su destino. Hay más milagro en un pajarillo que canta que en uno que aparece muerto en el suelo. Hay más milagro en el hecho de que un político no se corrompa que en lo contrario. Lo más extraordinario es lo ordinario y, por algún motivo que no sabría explicar, el periodista relaciona lo noticioso con lo con lo extraordinario, con lo escabroso, con lo escandaloso, con lo anormal. ¡Si hay muchísimo de noticioso en la normalidad!

 

Otra de sus columnas es una defensa de la poesía ¿Acude bastante a este género?

"Uno sufre menos cuando lee poesía"

Sí, pero sólo para leerlo. Yo sí soy un lector puro de poesía. El género me da temor reverencial. Pero como lector, sí. De hecho, recomiendo a cualquiera que lea poesía, incluso a quien no escribe versos, porque le ayuda a escribir en general y a pensar en imágenes. Por otro lado, supongo que cualquiera ha experimentado la necesidad de decir algo y no poder decirlo como se dicen las cosas habitualmente, no poder decirlo en prosa, sino la necesidad de cantarlo en verso. Yo lo he experimentado muchas veces, y pienso “ojalá supiese escribir poesía, porque esto que estoy sintiendo, esto que he vivido, esto sólo puede expresarse en verso”. Además, uno sufre menos cuando lee poesía. El sufrimiento de una ruptura, de una pérdida, palidece ante la maravilla de leer un verso bellamente escrito. Mario Quintana, que es un poeta portugués al que ha traducido al español Enrique García-Máiquez, decía que el verdadero poeta no sufre, precisamente por eso, porque la tristeza palidece ante la alegría de haber escrito un buen verso. Pues esto también es válido para el lector. Yo soy un poco menos infeliz cuando leo un buen verso, porque no hay felicidad como esa. La felicidad de que alguien exprese con palabras (y además lo exprese bellamente) lo que tú estás sintiendo. Es una maravilla leer poesía y yo creo que una de las una de las razones por las que no se lee tanta poesía hoy es porque no es útil. Uno lee un ensayo porque es útil, incluso en el más banal de los sentidos: puedo restregarle a mis compañeros de clase, o a mis amigos, o a mis compañeros de trabajo los saberes que he adquirido leyendo ese ensayo. Puedo abrumarles con datos, puedo pronunciar ante ellos una atinada reflexión filosófica. En cambio, aquel que lee un poema puede titubear, decir dos ideas inconexas, pero no le aporta nada directamente. Es una lectura inútil, no es práctica, o por lo menos su utilidad no es evidente, no la percibe uno al momento. No es la utilidad del ensayo, que es mucho más clara. Entonces sí, hay que leer poesía. 

 

¿Qué libros encontraría en este momento en su mesita de noche? 

Ahora estoy leyendo El retrato de casada, de Maggie O´Farrell, que es una novelista irlandesa contemporánea, autora también de Hamnet, que está traduciendo y publicando en español la editorial Asteroide. Es una novelista prodigiosa. Hay mucha gente que dice que no lee autores contemporáneos “porque no han pasado la prueba del tiempo”, y entonces solo leen a gente del siglo XIX, o a los clásicos. Me da pena porque hay muchísima gente escribiendo bien y escribiendo libros, poemas, novelas, ensayos que merecen mucho la pena. Maggie O´Farrel es una de las mejores novelistas contemporáneas, así que yo recomiendo a quien, por caprichos de la suerte, vea esta charla nuestra, que la lea.

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