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Los nobles saudíes dificultan su individualización cuando se mezclan vistiendo la kufiyya, tradicional pañuelo con el que se cubren la cabeza, el cual es asegurado con un cordón negro llamado agal. Sin embargo, una silueta sobresale y hace añicos esa imagen fija que proyectaba la casa de Saud. Recientemente, el príncipe heredero, Mohámed bin Salmán, ordenó el arresto sin procedimientos jurídicos de influyentes personajes del reino; desde el inversionista más rico, el príncipe Alwaleed bin Talal, hasta el adversario más poderoso, el príncipe Mutaib bin Abdalá.
De esta forma, el alumno de Mohammed bin Zayed, príncipe heredero de Emiratos Árabes Unidos, mata dos pájaros de un tiro: por un lado, se refresca un sistema estático y corrupto, por otro, se eliminan rivales políticos.
El hijo favorito del rey Salmán parece controlar ahora las fuerzas de seguridad, el ejército, mientras hace temblar a empresarios, intelectuales y clérigos wahabitas. Chas W. Freeman, exembajador estadounidense, resume así lo que está pasando en Arabia Saudita: “Se acabó. Todo el poder ahora se concentra en las manos de Mohámed bin Salmán”.
Al mismo tiempo, el príncipe Salmán, con el ojo puesto en Irán, está desarrollando una activa política exterior: ha intentado aislar a Catar, se ha embarcado en una prolongada guerra en Yemen y se ha inmiscuido en la política interna del Líbano. En este campo los resultados no han sido muy positivos; pues unas medidas impetuosas con cierta torpeza diplomática se suman a lo poco flexible que es la cadena de mando en sus fuerzas armadas.
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