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Valorar el riesgo de que alguien cometa un delito es siempre muy complicado. Lo saben muy bien los forenses que han de informar sobre el riesgo de reincidencia de los presos, especialmente si son psicópatas con un historial de delitos reiterados. Prever la conducta de un maltratador no es más fácil, por eso hay que insistir en la necesidad de formar a los jueces y asegurar que tengan un asesoramiento experto.
El caso de las dos niñas asesinadas en Castellón por el padre para vengarse de la madre ilustra bien las carencias de la justicia a la hora de valorar ese riesgo y la dificultad que tienen las mujeres maltratadas para ser creídas por quienes deben ampararlas. La juez no apreció “una situación objetiva de riesgo” a pesar de que la denunciante era psicóloga e insistía en que temía por sus hijas. Y denegó la orden de protección alegando que había “versiones contradictorias”. En dos ocasiones se archivaron las diligencias. En este y otros casos los jueces se muestran incapaces de apreciar la gran capacidad de simulación de los maltratadores. No es causalidad que el entorno de los asesinos se soprenda con frecuencia por una conducta que no sospechaba. El maltratador actúa de puertas adentro, y uno de los factores que le permite tejer su tela de araña es que la víctima interioriza muy pronto que no la van a creer.
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