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Un día antes de conocerse el nombre del nuevo Nobel de Literatura todos nos lanzamos con nuestras apuestas. Y de nuevo caímos en la vieja trampa de los candidatos fijos. ¿Por qué lo son? Piensen por un momento y sin desmerecer su calidad narrativa ¿realmente la eterna apuesta Murakami merece el galardón? ¿Por qué pensamos en Vargas Llosa, Eduardo Mendoza o Javier Marías cada año y siempre fallamos? Porque las cosas para el Jurado han cambiado.
Porque es de aplaudir que no sea la estricta fama la que merezca otorgar un galardón cuyo nombre es ya sinónimo de cima literaria. Y aplaudo el lavado de cara de la Academia sueca que decidió premiar en 2015 a la bielorrusa Svetlana Alexiévich, porque con su prosa no sólo narraba historias profundas y entretenidas, sino que construyó un valioso monumento sobre el sufrimiento humano para que ninguno de nosotros nos olvidáramos del drama de la antigua URSS, de Afganistán o de Chernóbil, conflictos que nos han tocado muy de refilón y que sólo voces autorizadas como la suya son capaces de trasladar a la población. Dado que no todos los Nobel de la Paz han merecido su premio, no está de más valorar estas virtudes en la categoría literaria.
"Svetlana Alexiévich construyó un valioso monumento sobre el sufrimiento humano"
El olvido. La memoria. Nuestro cerebro tiende a desechar los malos recuerdos en un baúl oscuro y oculto, un mecanismo hábil para dejar atrás imágenes desgarradoras pero a la vez traicionero, porque provoca que siempre tropecemos con la misma piedra.
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