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Era lo lógico y natural en nuestro sistema de enseñanza, el que ha sufrido tantos cambios de planes que ya casi nadie sabe a qué edad escolar corresponde cada curso de infantil, primaria o secundaria. Después de la cerveza sin alcohol, y del café sin cafeína, y de la leche sin lactosa (y de los toros bravos sin bravura ni casta), lo más lógico y natural era que se inventara la matrícula de honor "sin": sin necesidad alguna de sacar sobresaliente y despuntar en la clase, en cada una de las cuales sólo se daban una o todo lo más dos de esta clase de máximas clasificaciones.
Aunque luego vino lo de "suficiente" o "insuficiente" y el "progresa adecuadamente", muchos nos seguimos sabiendo el sistema de notas escolares por el plan antiguo y clásico: suspenso, aprobado, notable y sobresaliente. Es curioso que ni notable ni sobresaliente tuvieran sinónimos humorísticos, motes. Pero el suspenso bien que los tenía y tiene: cate, calabaza, rosco. Bueno, pues nada de eso vale. Antes sólo nos igualaba a todos la muerte. Ahora nos iguala la vida, regida por el principio del mínimo esfuerzo y del "todo vale", del vámonos que nos vamos y del "tú apaga la luz y no digas ná en Triana". Se trata de igualar por abajo, por lo fácil, por lo comodón. ¿Cómo va a ser eso de que unos alumnos saquen un aprobado raso, por los pelos, y otros matrícula de honor? Nada, nada, al que aprueba, por el mero hecho de aprobar, se le da matrícula de honor. Que significaba justamente eso: que como habías sido tan buen estudiante en esa asignatura, te daban matrícula gratis para esa misma materia o para la análoga en el siguiente curso. Por ejemplo: si tú sacabas matrícula de honor en Primero de Anatomía, no tenías que pagar tasa de Segundo de Anatomía al matricularte para el siguiente curso. Convidaba la casa. El Alma Mater, que le decían. La Universitas Hispalensis que tenía por escudo a San Fernando, San Leandro y San Isidoro, en vez de ese logotipo actual de la escultura de la Fama del Rectorado tocando una trompeta que parece que está fumándose un porro tamaño XXL.
Perdonen que me tire el rentoy autobiográfico, pero quizá sea ilustrativo que lo cuente. Yo no pagué un duro de matrícula en la Universidad hasta algunas asignaturas de Segundo de Comunes de Filosofía y Letras. Como gracias a la enseñanza recibida en los Jesuitas me habían dado el premio extraordinario de Bachillerato del Distrito Universitario de Sevilla (que incluía Sevilla, Cádiz, Huelva y Córdoba), lo apliqué como matrícula de honor en todas las asignaturas de Primero y no pagué una peseta.
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