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Este de 2018 no ha sido un gran año para el centro. Por centro político me refiero a aquel estado que promete seguridad, orden, equilibro, ponderación… lo contrario del nerviosismo, agitación y desasosiego permanentes. Cualquier compromiso es centrista.
También el centro de una sociedad, su clase media, es un factor de estabilidad. Si a la clase media le va bien, si es nutrida y ancha, los extremos son tolerables, no llegan a suponer un peligro. Pero a la clase media ya no le va tan bien. Comienza a dudar de sí misma.
Tampoco el ritual de contemplar en retrospectiva el año que ha pasado es consolador. No somos solo los periodistas quienes tenemos la sensación de un tiempo perdido. ¿Acaso es que es así? Producen espanto todos los acontecimientos que uno tiene ahora que revivir de golpe. ¿De verdad ha pasado todo esto en el año? ¿Adónde nos va a llevar todo lo que ha ocurrido?
Es posible, pues, que se deba a la melancolía prenavideña la creencia de que las cosas van a seguir desmoronándose, según lamentaba W. B. Yeats hace ya mucho tiempo. Pero a la vez le asalta a uno un hondo anhelo de éxitos, de fotografías y noticias que muestren cómo puede ser también nuestra sociedad: decente, amable, cortés. Como siempre, la botella sigue estando medio llena, medio vacía.
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