—Algo mal habrás hecho tú como madre para que tu hijo se vaya a Siria.
Así le hablan a Michelle en las afueras de París. Su único hijo ya es padre de dos bebés del califato, adonde se marchó con su esposa de 19 años en 2013, entonces embarazada del primero. Todos siguen vivos, pero para esta francesa las posibilidades de verlos otra vez han ido desapareciendo en los últimos meses. La resignación se abre paso.
Atentados como los que arrebataron la vida a 16 personas el pasado 17 de agosto en Las Ramblas y Cambrils me llevan de vuelta a los sofás de las familias de yihadistas en Europa que me abrieron sus puertas y que, en muchos casos, me hicieron más preguntas de las que yo les hice, con las palmas de las manos tornadas hacia arriba y los ojos con ansias de respuesta.
No pude resolver las dudas de Nathalie cuando me preguntó por qué su hijo, condenado por un delito común, entró en la cárcel ateo y salió convertido en un salafista yihadista seis meses después. Tampoco contesté nada cuando Jacqueline se cuestionaba en aquella terraza de Molenbeek por qué su hijo le dijo antes de marcharse a Siria que en Bélgica no había sitio para él, que allí siempre sería un ciudadano de segunda por su origen marroquí. Me limité a escuchar a Véronique cuando me contó que el reclutador de su hijo había trabajado durante dos años en un centro educativo en contacto con adolescentes, antes de incitar al joven Quentin, entonces católico, a una veloz conversión al islam radical.
Pronto comprendí que para que los testimonios de estas madres fuesen útiles para la prevención contra la radicalización, tan importante era que anotase sus respuestas como sus preguntas, espontáneas y retóricas, tan llenas de rabia en boca de quienes dieron a luz al hijo y hoy reconocen al monstruo. En esas dudas de quienes no vieron la transformación venir se halla, en realidad, la radiografía de los catalizadores del yihadismo en Europa.
De los más de 5.000 combatientes europeos que partieron a la yihad hasta 2015, al menos 3.690 provenían exclusivamente de cuatro países: Francia (alrededor de 1.700), Reino Unido y Alemania (760 cada uno) y Bélgica (470). Entre 2.000 y 2.500 siguen vivos en Siria o Irak y podrían regresar a causa de la pérdida de influencia de Estado Islámico en su autoproclamado califato, según Gilles de Kerchove, coordinador europeo de la lucha contra el terrorismo.