El concepto Spin doctor entró en el diccionario de la comunicación política española a la vez que lo hacían otras como resiliencia, también de procedencia anglosajona. La primera no tiene nada que ver con la política en su origen, puesto que se refiere a un lanzamiento con efecto que realizan los lanzadores para despistar a los receptores. En su aplicación política, y aplicada la lógica explicativa del concepto, tiene sentido. Y sobre todo, y puestos a aplicarlo a la jerga aquí expuesta, tiene punch, que según la Real Academia de la Lengua, se usa como la “fuerza o brío con que se acomete algo” o la “capacidad de atracción”. El spin doctor es al asesor del líder político. Su mano derecha es un gurú…¿para quién?
El candidato, influenciado por tantas variables, necesita de una persona de confianza para poder tomar decisiones. La apropiación del término spin doctor saltó a la palestra en Estados Unidos en un editorial publicado en 1984 por el New York Times tras un debate entre los candidatos a la presidencia de los Estados Unidos Ronald Reagan y Walter Mondale. Según el diario, eran “simples agentes de prensa” que pululaban por la sala de prensa donde los periodistas seguían el debate para influir a favor de su candidato. La serie americana El ala oeste de la casa blanca dotó al termino asesor de esa espectacularidad con voz de narrador de gala de los Oscar. Y con todo España lo importó a su negociado en un momento en el que las técnicas de marketing político se han adaptado a una sociedad mediatizada.
El protagonismo mediático de los asesores identificó en primera plana a Iván Redondo, después a Miguel Ángel Rodríguez. El último ha sido Koldo García y el que ha tergiversado por completo el concepto el cargo. Pero sólo ha sido con este último cuando la opinión pública se ha preguntado: ¿pero qué funciones desempeña un asesor político?
A Julio feo se le recuerda en la Moncloa como el asesor personal del presidente Felipe González, que llegó a arreglar la fontanería del edificio al proporcionarle, entre otras muchas cosas, de un cuerpo de seguridad que un Gobierno necesita. Pasó de adaptar los presupuestos de, por ejemplo, los menús del personal administrativo de la Moncloa hasta recibir a Fidel Castro. Fue el director de Campaña y secretario general del Ejecutivo. Entonces, y ahora, el asesor puede formar parte de la consultoría externa, puede ser director de Comunicación, o jefe de Gabinete –el más común– o puede ser el jefe de prensa. Es, por lo tanto, una función que se diluye entre muchos puestos diferentes. El consultor puede influir en un punto en concreto para la estrategia política, puede escribir discursos o el argumentario para que el portavoz los defienda en una rueda de prensa. Por lo tanto, no puede haber uno solo, tal y como han reflejado los medios de comunicación en los últimos tiempos, ni tiene sentido que el Gobierno haya pasado de contar con 670 asesores en 2017 a 1.062 en el año 2022.
Este artículo no pretende redundar en todo lo escrito con anterioridad sobre el número de asesores que existe en las instituciones y que no es del todo coherente con la transparencia al poder ser contratado como personal eventual según lo requiera aquella persona que le contrata por una cuestión de confianza y según la Ley articulada de Funcionaros Civiles del Estado.
Ni hay ni puede haber un solo asesor ni puede ser público, notorio y visible su trabajo. Totalizar su trabajo como líder pirotécnico de las máquinas del poder es una suposición muy peligrosa porque difumina y denigra la labor decente del poder político. Las razones que están detrás de este fenómeno fan entran en la rueda de hámster en la que ha entrado la sociedad hipermediatizada, donde los medios se han dejado engatusar por el concepto y en el que la clase política, necesitada de ellos, ha adaptado su mensaje para pelear por estar en la primera plana. Si el consultor fuera el gurú, el político se convertiría en un busto parlante. Si es así, tendría razón el asesor romano Marco Tulio Cicerón, que aseguraba que las apariencias pueden superar las cualidades de un político. Si la comunicación lo fuera todo, la política se transformaría en propaganda. Del final…se puede hacer una idea el lector.