Esa misma noche, Irán atacó refugios del Daesh en Siria. Por último, la Guardia Revolucionaria iraní bombardeó dos bases salafistas -rama suní- de la insurgencia baluchí en Pakistán. El segundo enunciado es que el ataque a Erbil fue, primero, una operación geopolítica, producto de un nuevo desorden mundial no causado por la respuesta de Israel al ataque de Hamás: el desorden ya estaba ahí; segundo, el lanzamiento de misiles en Erbil fue una operación de desestabilización y, por último, también una maniobra de distracción: el 16 de enero los iraníes iban contra los yihadistas en Siria y Pakistán.
"El 16 de enero los iraníes iban contra los yihadistas en Siria y Pakistán"
En definitiva, de los tres actores decisivos en estos episodios -cuatro si incluimos el yihadismo-, ninguno es hoy aliado preferente de Estados Unidos. Siria e Irán -donde 500 personas han muerto y más de 20.000 han sido detenidas tras el inicio de las protestas a finales de 2019- se encuentran en la órbita rusa y Pakistán -que mantuvo hasta hace una década buenas relaciones con Estados Unidos y es potencia nuclear-, en la órbita de influencia económica china. En el último bienio, las relaciones entre ambos países se han rehecho, pero, ante la pujanza china, parece que Estados Unidos necesita más de Pakistán que al contrario. En cuanto a Siria, Putin apoyó a Al-Asad contra el yihadismo y el abandono de Afganistán ha debilitado la jerarquía norteamericana en la zona como abanderado de la lucha contra el terrorismo islámico. Lo cual ha coincidido con una intensificación de la presión sobre el Kurdistán, donde gobierna el partido aliado de Estados Unidos. Es decir, el nuevo desorden mundial no es achacable a Trump, o no únicamente achacable a Trump.
Dos días después, el 18 de enero, Pakistán respondió del mismo modo. Identificó y disparó contra la insurgencia baluchí en suelo iraní -provincia de Sistán-. Irán y Pakistán se reparten el control de la región fronteriza de Baluchistán -que también incluye una porción del sur de Afganistán-, de 15 millones de habitantes y rico en minerales. Teherán e Islamabad son aliados contra los yihadistas, e incluso realizan maniobras y operaciones militares conjuntas en su lucha contra los ‘sarmachars’ -terroristas islámicos-: salafistas en la zona de Irán e independentistas y comunistas (Ejército de Liberación) en la zona pakistaní. Irán y Pakistán comenzaron a trabajar juntos en 2017, a raíz del asesinato de 10 guardias fronterizos de Sistán y Baluchistán. Sin embargo, la semana pasada, ambos países se acusaban de no hacer todo lo necesario para combatir la insurgencia. De hecho, Irán había sufrido el mayor atentado desde la configuración de la República Islámica el 3 de enero y el asesinato de un coronel de su Guardia Revolucionaria. La insurgencia salafista baluchí, Jaish A-Adl, se responsabilizó de ambos crímenes.
A priori, y a pesar de las tensiones entre los dos países, hay un motivo de peso para pensar que la escalada no irá a mayores: China. Al gigante silencioso no le conviene agitar esa parte del tablero. El catedrático de Historia Global Peter Frankopan publicó en 2019 que China proyectaba inversiones multimillonarias en Pakistán, como parte del corredor económico entre los dos países. China podría invertir en Pakistán hasta cien mil millones de dólares en una década, entre carreteras, trenes de alta velocidad, centrales energéticas -eólicas y eléctricas- y un puerto de aguas profundas precisamente en Baluchistán, acompañado de depuradoras. Pakistán necesita mantener la seguridad en la región. Precisamente en 2017 Islamabad creó un nuevo cuerpo militar, formado por 15.000 efectivos, para garantizar la protección de trabajadores y ciudadanos chinos residentes en el país y destinados también en Baluchistán. Al otro lado de la frontera, China aprovechó el restablecimiento de las sanciones norteamericanas a Irán en 2018 para ocupar los espacios dejados por empresas estadounidenses y europeas. Si bien, China tampoco quiere que Irán suponga otro punto de fricción con Estados Unidos. El funambulismo chino y su obsesión por controlar todos los movimientos independentistas es clave para mantener la estabilidad de la región y contener la tensión entre Irán y Pakistán.