Se apagarán los focos, se desconectarán los micrófonos, las cámaras fundirán a negro y los bolígrafos -si es que todavía algún periodista toma notas a bolígrafo- volverán al bolsillo. Y todos, electores y elegibles, a reflexionar toca. Pero que no se entristezca la peña, ni cunda el desasosiego entre quienes viven el devenir político con desmesurada pasión: el próximo año, con los idus de mayo, ya estaremos de nuevo enfrascados en otra aventura parecida, incluso mucho más atractiva, porque 2015 es año de consulta doméstica. Aquí nos lo guisaremos y aquí nos lo comeremos nosotros solitos, sin necesidad de dar tres cuartos al pregonero europeo que, según sondeos y encuestas, nos sirve de bien poco. Además, como nos van a bajar los impuestos y los brotes verdes, de tanto como se les cita, se van a volver pimpollos colorados, vamos a tener una subida de adrenalina política, que me río yo de las emociones que está produciendo el final de la Champions.
Ha sido éste un ensayo general, con figurantes relativamente cualificados -un ministro y una vicesecretaria-, y comparsas preparadas para esta función. Pero el guión no sufrirá excesivas modificaciones. Acusaciones mutuas de irresponsabilidad por haber dejado este país hecho un erial, compromiso con un mañana lleno de esperanza si nos toca gobernar el timón, y solución inmediata de los problemas acuciantes. Ni Aladino promete más en menor tiempo. Y para salir de la monotonía y el tedio que todo discurso machacón y reiterativo provoca, el elemento diferenciador de turno, minuciosamente preparado, como si estuviera previsto de antemano por los diseñadores de campaña. En esta ocasión ha sido el debate sobre actitudes machistas. Mañana será la inmigración, o los jóvenes, o los viejos, o los niños, o vaya usted a saber.
-¿Y Europa?
-Saliendo, de frente.
No se han explicado ni opciones ni alternativas, posibilidades de éxito o de fracaso, tal vez porque no las haya, o los que concurren a un escaño no sean capaces de verlas. Nadie ha señalado quién es el lobo y quién el cordero en este cuento que intenta ser candoroso, tal vez porque los papeles no estén suficientemente definidos. No hemos conocido cómo solucionar los verdaderos problemas que acucian al ciudadano –paro, inmigración, desarrollo económico futuro, calidad de vida, bienestar–, seguramente porque va a haber que ir olvidándose de ellos. El votante reflexiona el sábado frente al televisor, en conexión con Lisboa. Allí sí que se decide el futuro de Europa de forma tangible, se palpita Europa con himnos, banderas, escudos, colores, emociones, alegrías, esfuerzos. Será el único rincón de Europa en el que la abstención estará prohibida.