Cela y el abismo

Este año entre los temas que entraban en el examen de Selectividad estaba Camilo José Cela. Y todos recordamos lo que significan ese tipo de pruebas: un vómito de conocimientos que por desgracia después no seguimos trabajando en la mayoría de los casos. Y qué rabia que pase tan desapercibido.

Siempre me ha resultado interesante el autor que nada se callaba, aunque no estuviera de acuerdo con alguna de sus frases. A pesar de sus salidas de tono y sus excentricidades. Aunque La colmena llenara mi cerebro de personajes hasta hacerlos imposibles de recordar a todos. Porque el colegio donde empecé a estudiar se llamaba como él. Necesaria entonces la pregunta: “mamá, ¿quién es Camilo José Cela?”

Admiro con devoción las posibilidades que nos brinda internet, porque antes sólo se enseñaba lo básico. Porque además de La Familia de Pascual Duarte o Viaje a la Alcarria me entero de que el nobel fue expulsado de la APM en 1952 por no poder pagar la cuota. Que pasó tiempo en la Sierra de Guadarrama y no precisamente de retiro intelectual, sino aquejado de una infección respiratoria necesaria para escribir Pabellón de reposo. Dicen que es en las grandes desgracias de donde salen las grandes obras y los mejores escritos. ¿Son las comodidades la antítesis de la imaginación? ¿es ante la presión del túnel negro cuando se inspiran nuestras neuronas? Sin lugar a dudas.

Es cuando se hizo un escritor de renombre cuando la Asociación de la Prensa no sólo readmitió a Cela, sino que le nombró socio “de honor” en 1979. Maldita sea la sociedad que premia sólo cuando ve estrellas alrededor del susodicho, aunque antes fuera un diamante ya pulido. ¿Fue su carácter excéntrico el que le llevó a la fama y no sus brillantes escritos?

“En las invitaciones de la Academia hay una errata. Me llaman Acádemico, con acento en la segunda ‘a’”. Fueron algunas de las frases calcadas en el reportaje que el diario Arriba le dedicó sobre su entrada en la Real Academia Española en el 57. Un texto en el que relata su día a día, el preludio de lo que sería años después esas “24 horas con Mariano Rajoy”. No son nada las caminatas del presidente del Gobierno en funciones si las comparamos con Cela en aparente gesto de canto sonoro en la ducha.

Hoy cazamos a diputados jugando en el Congreso a hacer caricaturas varias o en plena ensoñación de alma viajera. Pero el salero con el que salen vigorosos del bochornoso accidente no lo es si lo comparamos con Cela. Al mismo al que el presidente del Senado le pilla durmiendo: “El senador Cela estaba dormido” y el mismo contesta: “No, señor presidente, no estaba dormido, sino durmiendo”. “¿Acaso no es lo mismo estar dormido que durmiendo?” responde el presidente Fontán. Y en Nobel responde: “no, señor presidente, como tampoco lo es estar jodido que jodiendo”. Tremendo guantazo. Y no le hacía falta ni gritar, ni faltar. Que aprendan los nuevos “genios”.  

¿Se volvió loco el genio con anécdotas como tirar a una periodista a la piscina? “Sube, anda, para que hagas preguntas a la gente, anda a ver si escarmientas”. Ganas de leerle e insultarle a partes iguales.

Oye, ministra... Soy Camilo José Cela... Te llamo para felicitarte por tu nuevo cargo de responsabilidad. Pero mira, a ver si corregís cuanto antes el nombre de vuestro ministerio, no debe llamarse de "Medio Ambiente", o es de "Medio" o es de "Ambiente", ya que se trata de un pleonasmo...”. Lógica la decadencia que vivimos hoy sin este ejemplo de la más grandiosa excentricidad humana. Hoy, sólo abismo. ¿Cuántas faltas sacaría Cela a nuestros hoy representantes?