El drama de los desplazados y refugiados ha suscitado multitud de titulares sobre la responsabilidad de Europa. El tema es complejo y permite respuestas múltiples, pero exige, sobre todo, respuestas responsables. Porque responder verdaderamente es ofrecer respuestas responsables. Las respuestas irresponsables no son respuestas, sino reacciones, pataletas, desahogos o incluso oportunismos, estos sí, muy vergonzosos.
Decir que Europa debe avergonzarse es una de estas reacciones irresponsables, es decir, es una muy mala respuesta. En el juego territorial que sustenta todos los dramas de refugiados y desplazados hay una cosa bastante clara: la esperanza de los desplazados y refugiados no está en sus propios países –de los que huyen– sino que está en Europa, a quien piden ayuda y socorro.
Esto no quiere decir que los europeos no podamos avergonzarnos de nosotros mismos, o de algunos o muchos europeos influyentes y poderosos, o de algunas acciones de nuestros gobiernos y empresarios. Esto no quiere decir tampoco que Europa no tenga parte de responsabilidad en los dramas políticos que acontecen fuera de nuestras fronteras, pues esto dejó de ser así hace muchos años y hoy todos somos en diverso grado corresponsables de todo. Pero este “en diverso grado” es importante.
Arturo Pérez-Reverte nos previene en su Patente de Corso (13-09-2015) del buenísmo suicida de nuestra situación. Comparando la actual Europa con Roma –comparación evidentemente pertinente– nos recuerda que Roma cayó cuando dejó entrar hordas de bárbaros incivilizados cuando estos huían de sus propios hermanos exterminadores. Roma no supo civilizar a quienes dejó entrar masivamente y Roma dejó de ser el ideal de civilización al que acudieron aquellos desplazados hace ya más de 1500 años. ¿Pasará ahora lo mismo? Pérez-Reverte asegura que sí, aunque no llegaremos a verlo –pues estos procesos, dice, tardan siglos–. Es decir, que cuando sepamos si acertó o no en sus predicciones, ya nadie se acordará del profeta, ni de sus palabras.
Esta semana, una buena amiga me decía: me estoy acordando ahora de todos los que criticaron a Angela Merkel por insolidaria. Alemania será la nación más generosa en esta crisis humanitaria, seguida de Francia y de España. Y si lo es –si lo somos–, es porque podemos serlo, cosa que, especialmente nosotros, no podríamos haber dicho hace tres años.
Nadie puede dar lo que no tiene, y la mayor parte de Europa tiene. Y no me refiero sólo a recursos económicos, sino a algo mucho más importante, aunque ese algo no pueda darse al margen de una economía sana: a la posesión de sí mismo. Alemania –como la mayor parte de los países de la unión– se posee a sí misma, es decir, se gobierna a sí misma, es autónoma, es capaz de decidir, como país, a dónde quiere llegar, y es capaz de ponerse en marcha hacia ese lugar. Cosa que no pueden decir hoy ni Grecia ni los territorios diezmados con pasmosa facilidad por el Estado Islámico.
Otra cosa parece clara: si las mejores esperanzas de todos –europeos y refugiados– llegan a cumplirse, será gracias a Europa –no sólo gracias a ella, pero no sin ella– y si hoy mantenemos esa esperanza viva es porque existe algo como Europa. Con su capacidad crítica, con su economía, con sus instituciones políticas, con su bienestar, con su educación, con su ideal de humanismo, con su vocación de preservar la cultura, con sus derechos humanos, con su sensibilidad religiosa y con su capacidad para gobernarse a sí misma. Si Europa no salva todas esas cosas, Europa no tendrá nada que ofrecer a ningún refugiado. Si Europa no se conserva sí misma no podrá entregarse generosamente a sí misma. Europa no será ninguna esperanza para nadie si lo que prevalece en su corazón es la vergüenza respecto de su propia identidad.
Artículo publicado en www.lasemana.es y reproducido en Corresponsales de Paz por gentileza de la dirección de LaSemana.es.