Hablamos ya de nueve millones de personas que se han visto obligadas a marcharse de sus casas, fuera o dentro del país. Los que han tenido que abandonar Siria son 2,5 millones, la mitad de ellos niños. Estamos ante un drama humano que además está ocasionando un auténtico terremoto demográfico en la región. El principal problema lo tiene Líbano cuyos cimientos, después de años de relativa tranquilidad, vuelven a tambalearse. Y es que al aumento de de la inseguridad por culpa del conflicto sirio se suma la aplastante llegada de refugiados. Son más de un millón o lo que es lo mismo, una de cada cuatro personas que pisa suelo libanés procede de Siria. Todavía no hay colapso pero la ONU advierte de que el tiempo para que todos dispongan de los recursos más elementales se acaba.
Había esperanzas depositadas, no muchas, en la Conferencia de Ginebra de principios de este año. Las partes se vieron la cara, hubo una insignificante tregua pero ningún acuerdo. Otros asuntos, como la crisis de Ucrania o el avión malasio desaparecido, han dejado en un plano secundario una guerra a la que la comunidad internacional llegó tarde y ante la que sólo muestra su impotencia. En solo unos meses hemos pasado de una posible intervención internacional a un régimen que se fortalece y que avanza lentamente, pero con firmeza, hacia el control del territorio en medio de la asfixia de una oposición que, dividida y cada vez con más dificultades para acceder a la ayuda internacional, pierde posiciones claves.
Bachar el Asad estuvo contra las cuerdas y ahora está a un paso de perpetuarse en el poder. El régimen gana la partida y con su triunfo en las elecciones presidenciales de este año, en las que no podrá participar la opositora Coalición Nacional Siria, intentará acabar con la guerra y recuperar su papel en la región. ¿Cómo y dónde será la vida de los cientos de miles de personas que no podrán volver a Siria?