Lo justo es buscar lo mejor para los ciudadanos y las razones sentimentales que se puedan alegar, que frecuentemente esconden intenciones egoístas o xenófobas, poco tienen que ver con el bienestar de los ciudadanos.
Cameron se equivocó al permitir el referéndum, pues con ello dio entidad a la pretensión. Reconoció el derecho de los escoceses a exigir la independencia. Quizá pensó que ese es el camino más fácil para acabar con los nacionalistas. Se equivocó de medio a medio. El nacionalismo funciona como cualquier religión y sus adeptos no atienden a la lógica ni a las razones que se les den, sino a sus dogmas. Para combatir al nacionalismo hace falta mucha perseverancia y mucha paciencia. Se trata de conseguir que los devotos se conviertan en personas racionales y eso requiere mucho tiempo. Al mismo tiempo, hay que dejar de darles armas y munición a los nacionalistas, que es lo que hizo el primer ministro británico al aprobar el referéndum.
Posteriormente, explicó lo que ocurriría de ganar el sí: Ofrecería sus condiciones a los representantes de Escocia: Saldría del Banco de Inglaterra y tendría que asumir su parte alícuota de deuda, lo que significa la ruina para Escocia.
Pero los nacionalistas son unos temerarios. No tienen la facultad de ver lo que ocurre, sino que sólo pueden enterarse de lo que les interesa. Conseguir la independencia les haría tener un orgasmo y cuando la realidad se plantara ante sus ojos, en forma de hambre y miseria, ya sería tarde.
Cameron se ha dado cuenta de que puede perder su apuesta y para impedir que gane el sí trata de sobornar a los escoceses, prometiéndoles ventajas. Esto es otro error. Los nacionalistas nunca se calman. Bueno, cuando caen al fondo del precipicio sí.