Pues el fin del bipartidismo era esto. Y convendría empezar a asumir desde ya la situación de atasco casi irreversible a la que avoca el resultado del 20D antes de lanzarse efusivamente a la búsqueda del nuevo Suárez en pos de una segunda transición. En esa obsesión vive instalado algún candidato y en la tentación ha caído hasta el Ministerio del Interior. En un tuit nada inocente en plena jornada electoral comparaba en mismo gesto nada menos que a Rajoy con el padre de la Transición. Afrentando con ello el recuerdo de Fraga, fundador del PP, que también hizo alguna contribución de calado como la de resolver con Carillo asuntos más serios que cualquiera que pueda separar nunca a Rajoy de Sánchez. Ahora que te llamen indecente (a cualquier cosa le llaman insulto) hace imposible acuerdo alguno entre las dos Españas. Hoy los nacionalistas tampoco se te sientan en la mesa para pactar una Constitución, ni siquiera una transferencia competencial, sino para exigir la independencia o acusarte de ladrón. Y el nacionalismo pierde peso tras este 20D, pero sigue siendo decisivo. Se puede considera esto la primera promesa incumplida de la celebrada nueva política.
La situación de bloqueo que dejan las elecciones hace imposible siquiera buscar la comparación en Italia donde el más votado recibe un bonus de escaños que ayudaría a resolver el entuerto. Tampoco en Francia donde estas cosas las dirimen con una segunda vuelta. No vale tampoco fijarse en Portugal, allí al menos había un bloque de izquierdas definido para formar Gobierno. Aquí no suman ni el centro derecha ni la izquierda. Ni siquiera está definido el bloque de Podemos, el gran vencedor de la cita. Queda demostrado que había remontada y también que han sabido aprovechar una campaña en la que se ha hablado más de Bertín que de Grecia. Las coaliciones de Podemos en Galicia, Valencia y Cataluña podrán formar grupo propio en el Congreso y no se debe olvidar que todo el mundo tiene una clientela a la que corresponder. De entrada, cualquier negociación en la que se embarque Iglesias llevará debajo del brazo la exigencia de Colau de celebrar un referendum sobre la independencia. Pero, para una consulta legal y vinculante sigue siendo necesaria una reforma constitucional que el PP puede bloquear usando 117 de sus 123 escaños. Otro atasco. Por ahí tampoco.
Una cosa es la investidura, otra gobernar y otra aún más difícil hacerlo en minoría y siempre a merced que te vengan a pasar la factura de los apoyos. Llegados a ese punto Sánchez, con el peor resultado de la historia de su partido y un Senado en manos del PP, tendrá que resolver si le sale más rentable abstenerse y permitir un Gobierno de Rajoy o empezar a asumir todas las condiciones que le presenten. Cualquiera de las dos opciones presume una legislatura corta. La paradoja es que la mayor estabilidad la propició la aprobación preventiva de los presupuestos del año que viene. Eso da algo de margen hasta los siguientes donde mande quien mande tendrá que elegir entre susto o muerte. Ante este panorama la posibilidad de nuevas elecciones es un extremo nada descartable. Las especulaciones a pie de urna ya hablan de una 'operación Menina' por partida doble: Soraya y Susana. Al final, tanta vuelta en busca del fin del bipartidismo para acabar ,no ya en el giro lampedusiano de las minorías nacionalistas condicionando la gobernabilidad, sino a Ortega: “no es esto, no es esto”. ¿O sí era justamente esto? Habrá quien no tarde en concluir que contra el bipartidismo vivíamos mejor.