Accede y aprovecha todas las ventajas
No por repetitivo deja de resultar emocionante que cada cuatro años nos presenten las elecciones generales con este envoltorio que anuncia encrucijada histórica, heraldo de que ya nada volverá a ser como antes. Un viaje irreversible a lo desconocido a través del voto. Como si en lugar de ir a un colegio electoral entrásemos en un quirófano sin saber cómo vamos a salir. Dice el PP que la última vez llegamos en coma, en estado crítico y consiguieron estabilizarnos. Pero no son precisamente los políticos, sino los ciudadanos los que manejan el bisturí en unas elecciones. Todas las generales tienen ese halo de trascendencia, igual que todos los Madrid-Barça son el partido del siglo, aunque haya cuatro al año o aunque el banquillo blanco lo ocupe García Remón. Viéndolo con perspectiva, no ha habido unos comicios generales en España en los que no hubiese en juego mucho más que un reparto de escaños. Desde las primeras elecciones democráticas con la UCD de Suárez a la victoria socialista, que prometía una España que no la conocería “ni la madre que la parió”. Muchas cosas cambiaron, pero entre ellas no estuvieron nunca los acuerdos Iglesia-Estado, por cierto, otro clásico en fechas electorales.
Luego llegó la vuelta de la derecha con Aznar, la sorpresa de Zapatero y el quirófano de Rajoy. Todas tuvieron algo de histórico, de único. Hoy no seríamos los mismos si algo de todo esto hubiese cambiado. De cara al 20D la novedad la ponen los partidos nuevos, que vienen a amenazar el turnismo en el que los españoles han escenificado pacíficamente las dos españas, no ya desde el PP-PSOE, sino desde Sagasta y Cánovas. Pero si apuramos, el experimento Ciudadanos-Podemos va a poner a prueba no sólo eso, sino un cambio en la relación izquierda-derecha a la hora de votar para dar paso a un inédito planteamiento que se debate entre lo nuevo y lo viejo. Esto se da especialmente en el caso de Ciudadanos dado que a día de hoy nadie ha conseguido sexar con exactitud su etiqueta ideológica, ni falta que hace. De Iglesias, al menos, se puede confirmar que no es de derechas, pero tampoco esa es la clave única de su éxito. Como en los sprints ciclistas, Rivera parece ser quien eligió el mejor momento para pegar la arrancada y ahora es el que llega más fresco a la cita decisiva. A Podemos, en cambio, se le ha hecho demasiado largo el camino y le pasó factura la frustración griega (“Alexis aguanta que ya llegamos”).
En ese planteamiento entre lo nuevo y lo viejo parece que Ciudadanos parte con cierta ventaja al haber conseguido transmitir la imagen de un cambio tranquilo, menos arriesgado que la opción que representa Podemos. Además Rivera tendrá la campaña más cómoda. Sabedor de que la mayoría absoluta es impensable, Rajoy no cargará los ataques contra su única opción de pacto. Lo mismo pasa con Sánchez, aunque sus desvelos pasan más por el resultado de Podemos y por el fantasma de los 110 escaños. Tras cuatro años de recortes, no mejorar considerablemente la cifra sería el principio del fin de su mandato y abrir la puerta al susanismo. Al fondo los partidos nacionalistas, que por primera vez en mucho tiempo pueden no ser la piedra angular del Congreso. Y como punto exótico queda saber cómo acudirán los del Junts pel Sì. El interés se centra en saber si lo harán juntos o separados sin perder de vista la rareza de querer participar en el parlamento de un país que ya han anunciado que pretenden abandonar unilateralmente. Cada uno ante su encrucijada.
Artículo publicado en www.lasemana.es y reproducido en Corresponsales de Paz por gentileza de la dirección de LaSemana.es.
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