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Vaya, vaya... hay gente que está comprando el discurso de Donald Trump. Lo que parecía que iba a ser una serpiente de verano (una noticia que tiene relevancia porque en la época estival no suele haber nada más reseñable) está durando mucho más de lo inicialmente previsto.
Lo que es aún más relevante es que Trump ha ganado en varios de los estados en los que ya se han celebrado primarias. Es verdad que todavía queda camino por recorrer, y muchos estados en los que votar, pero tiene mérito lo que ha conseguido el candidato republicano hasta ahora.
Sin ninguna duda, Trump es el aspirante más políticamente incorrecto de todos los que se presentan tanto por el Partido Republicano como por el Partido Demócrata. Tiene un discurso populista, directo, contundente y que siempre genera titulares, por lo que consigue que los medios de comunicación hablen de él, aunque sea para criticarle.
Lo que dice Donald Trump también cala en una parte del electorado porque azuza los miedos de muchos estadounidenses al hablar de inmigración y relacionarla con la delincuencia y con el terrorismo..., al alertar de que otros se van a apoderar del estado de bienestar y de los derechos logrados... Hasta se ha permitido cuestionar a mujeres solo por su condición... y montar numeritos cuando cree que va a obtener réditos.
Es evidente que, para sorpresa de muchos, incluidos los propios adversarios republicanos, las palabras y las formas de Donald Trump están llegando a los electores, y estos le están votando. También es verdad que, hasta ahora, los rivales de su mismo partido se habían preocupado poco por Trump y lo veían como el multimillonario molesto que quiere su momento de gloria. Sin embargo, ahora ya empiezan a considerarlo como un rival y como un peligro no solo para cada una de sus respectivas candidaturas, sino también para los intereses del Partido Republicano.
Es cierto que aún faltan muchas votaciones en el proceso de primarias, y aunque, finalmente, Trump fuera designado oficialmente por los republicanos, este todavía tendría que enfrentarse por la Presidencia contra el candidato elegido por los demócratas.
Precisamente, el Partido Demócrata puede ser uno de los beneficiados del llamado efecto Trump, porque, llegados a la votación definitiva, cuesta creer que la mayoría de los estadounidenses apuesten por un candidato tan rompedor e imprevisible como Donald Trump.
Cuando Barack Obama llegó al poder, en enero de 2009, fue considerado como todo un hito porque era el primer presidente negro de la historia. Sin embargo, el color de la piel debería ser lo menos importante cuando es una persona seria y responsable, que transmite confianza y que apuesta por construir, aunque también cometa errores (como todos).
Por muchos millones que tenga Donald Trump, su elección como presidente de Estados Unidos generaría enormes dudas y una gran incertidumbre. Estar al frente de un país no es como dirigir un negocio, aunque se haya tenido éxito como empresario.
Estados Unidos es la primera potencia del planeta, pero, aun así, su máximo mandatario ha de tener mano izquierda, ser flexible y buscar el consenso con el resto del mundo. No se debe gobernar por impulsos, buscando titulares ni apoyando leyes efectistas. Hay que tener altura de miras, pensar en el interés general y aprobar políticas que perduren en el tiempo y que beneficien al conjunto de la población.
Quizá sea aventurado escribirlo, aun más desde la distancia, pero no parece que Donald Trump tenga la aptitud ni la actitud necesarias para ser un buen presidente de Estados Unidos. Aun así, tampoco se trata de dar lecciones de democracia a los estadounidenses, porque deberían saber quién es el mandatario que les conviene. Al fin y al cabo, son ellos los que más se van a beneficiar o a sufrir con sus dirigentes, aunque en un sistema tan interconectado, sus decisiones acaben teniendo repercusiones en todo el mundo.
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