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La negociación de los presupuestos le puede salir a Sánchez de dos maneras: mal o muy mal, y es más probable la segunda que la primera. Porque dado que sólo los separatistas pueden salvarle el mandato aprobándole las cuentas, mientras más haga por aplazar las elecciones más cerca estará de perderlas. Con el juicio por la sublevación atravesado en la escena política durante toda la primavera, cada concesión al independentismo será una nueva piedra que el presidente cargue en la mochila de su supervivencia. Obsesionado por continuar en el poder y mal aconsejado por Iceta, ha centrado su estrategia en ofrecerse a los golpistas como última garantía en la gestión de la postsentencia, a través del indulto o de medidas penitenciarias que alivien las previsibles condenas. La derrota de Andalucía no le ha servido de advertencia para entender que el de Cataluña es su gran problema, el factor clave que moviliza el voto de la derecha y provoca la abstención de una parte de la izquierda. No hay ahora mismo nada más antipático para los españoles que los gestos de gentileza con los autores de una insurrección contra sus bases de convivencia.
La última ocurrencia, la de aceptar la figura de un mediador con la Generalitat, mal disfrazado de coordinador de una Mesa de Partidos, revela una profunda pérdida del sentido. Es la clase de guiño simbólico que hace feliz a los nacionalistas porque otorga legitimidad bilateral a su teoría del «conflicto». Para hablar con los dirigentes de una autonomía, el Gobierno de España no necesita de relatores terceristas ni de testigos. Se trata de la enésima humillación del Ejecutivo, para colmo aceptada el mismo día en que Torra lo chuleaba por escrito filtrando el abracadabrante pliego de exigencias que ninguna autoridad digna de esa condición habría dado jamás por recibido. Lo sorprendente es que en su obcecación, Sánchez no advierta el peligro; no ya el del sometimiento del Estado a las exigencias de sus enemigos, sino el del coste electoral que esa actitud entreguista supone para sí mismo. Parece haber extraviado la noción de la realidad, tan ebrio de autocomplacencia en su aventurerismo que ha decidido publicar su peripecia personal en un libro.
Si no aprueba los Presupuestos, la estabilidad del Gabinete estará en un serio aprieto. Pero no será menor el que encuentre si los secesionistas dan su visto bueno porque todo el país sabrá que ese acuerdo supone una onerosa factura en forma de privilegios. De un modo u otro, la connivencia con el separatismo tiene un precio que establecerán las urnas cuando llegue el momento. La depuración de responsabilidades penales por el golpe está a punto de sustanciarse en el Supremo, pero todavía queda pendiente la catarsis política de aquellos hechos. Y el verdadero relator del proceso va a ser el que comunique en la noche electoral los resultados del recuento.
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