Es imposible erradicar la corrupción sin erradicar la libertad del ser humano. Lo que podemos hacer es orientar y formar la libertad mediante formas de convivencia –y educación, leyes, cultura, etc.- de tal manera que la corrupción sea vista por la mayoría como una opción marginal, más repugnante que atractiva, más arriesgada y penosa que beneficiosa. Para hacerlo, conviene estudiar las raíces y motivaciones que pueden alimentar, en cualquiera de nosotros, la tentación de cometer acciones corruptas. Entre las muchas causas de la corrupción hay dos importantes: la mentalidad dialéctica y el victimismo.
La mentalidad dialéctica, presente en todas las ideologías y nacionalismos, se constituye del siguiente modo:
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Empieza por dividir a las personas en dos grandes grupos: “nosotros” y “ellos”.
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Continúa calificando a cada uno de los grupos. “Nosotros” somos, evidentemente, los buenos. Junto a ese juicio, caben infinidad de adjetivos y sustantivos que nos identifiquen, nos unan y nos emocionen: tal vez seamos entonces los listos o los ricos; o tal vez los oprimidos o los pobres. Pero, ante todo, somos los buenos. “Ellos” son, evidentemente, los malos. Además de malos, son todos los adjetivos o sustantivos que nos repugnen: machistas, corruptos, indeseables, insensibles… En definitiva “ellos” son los enemigos, y cuanto más los odiemos más infrahumanos serán los adjetivos o sustantivos que utilicemos: perros, cucarachas, casta…
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Lo tercero es definir la ética del “Nosotros”. Nosotros, los buenos, nos cubrimos y nos cuidamos, nos protegemos mutuamente, velamos los unos por los otros, sabemos quiénes somos y qué tenemos que hacer. Dado que “somos los buenos”, sólo rendimos cuentas ante nosotros mismos, y la ética fundamental que nos define es que somos “nosotros” y no somos “ellos”. Lo único imperdonable es que alguien deje de ser de “nosotros” y se pase a “ellos”. Sólo hay una cosa peor que “los malos” y que “ellos”: el “desertor”. Y cualquiera que dice algo bueno de “ellos” es ya sospechoso.
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Ocurre sin embargo que en el “nosotros” no todo es perfecto. Hay incomprensiones, dificultades, problemas, desencanto, frustraciones, miedos… hay que canalizar todas esas emociones negativas y el modo de hacerlos es, naturalmente, culparles a “ellos”. Si “ellos” nos dejaran en paz, o si “ellos” hicieran lo que les decimos… Cuando el sentimiento de frustración es demasiado grande ya no bastan las palabras ni los insultos ni los discursos: ha llegado el momento de articular la lucha contra “ellos”.
Este proceso ha ocurrido muchas veces a lo largo de la historia. Queda especialmente articulado y tematizado a partir de las revoluciones liberales del XVIII y del XIX y del surgimiento de las ideologías. Como proceso histórico cobra naturaleza supuestamente científica con Karl Marx. Su esquema omnímodo de tesis (“ellos”), antítesis (“nosotros”) y síntesis (lo que resurge tras las cenizas del conflicto, que sin duda será mejor que lo anterior). Este esquema ha sido aplicado a las nuevas ideologías (ecologismo, feminismo, transhumanismo, etc.) y, en general, se ha convertido en la mentalidad dominante del siglo XX. [Puedes encontrar una análisis riguroso sobre esta mentalidad en De la dialéctica a la Dialógica].
El victimismo es una disfunción emocional que acompaña siempre a este proceso intelectual. El “nosotros” es siempre una colectividad de víctimas. El victimismo ayuda a polarizar todas las situaciones en torno al “nosotros” y al “ellos”. El victimismo se caracteriza por ciclos encadenados de euforia y resentimiento.
Hecho este análisis de mentalidad dialéctica asociada al victimismo, te invito a releer estas afirmaciones: “Cuando mientan, cuando insulten, cuando difamen: SONREID, porque vamos a ganar” (Pablo Iglesias). “Primero nos ignoraron, luego se rieron, después nos tomaron en serio, ahora patalean #SuOdioNuestraSonrisa” (Íñigo Errejón).
Esta mentalidad dialéctica y este victimismo está en la raíz de muchos casos de corrupción:
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Explica muy bien por qué un líder nacionalista “roba” fondos de “ellos” en nombre del “nosotros” –aunque al final el “nosotros” resulta ser la familia, no el país, pues en el fondo los propios votantes son unos ingratos–.
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Explica muy bien por qué “nosotros” los listos que generamos riqueza para todos necesitamos tarjetas black como un reconocimiento a nuestra sacrificada labor que el pueblo es incapaz de comprender.
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Explica muy bien por qué “nosotros”, muy de izquierdas, utilizamos las instituciones públicas para financiar empresas fantasmas de un hermano –muy valioso el chico, pero al que la derecha no le da oportunidades-, o para pagar una beca de investigación a quien no tiene tiempo de investigar, pero es noble y sacrificado, pues emplea todo su tiempo al servicio del partido.
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[Actualización, 27.11.2014: Explica muy bien por qué una ministra beneficiaria del dinero corrupto de su exmarido no encuentra razones para dimitir ("Ha sido él, ¿qué culpa tengo yo?") y por qué el presidente del Gobierno no ha tomado medidas hasta que el juez ha sacado las conclusiones evidentes (ella era una de "los nuestros")].
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Explica muy bien porqué cuando el carpintero viene a casa a montar un mueble pactamos una factura ficticia para no pagar IVA, pues “nosotros, la gente de a pie", nos entendemos bien sin los exagerados impuestos que nos imponen los políticos (como si el dinero de los impuestos no fuera de todos los españoles).
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Explica muy bien la paradoja de ese actor de teatro que empatiza con sus espectadores culpando al gobierno de turno que los oprime a todos con la subida del IVA de la Cultura, cuando esa subida resulta ser una medida provisional y desesperada para garantizar en el futuro el cobro de las pensiones de todos los presentes en la sala.
Sí, es verdad que hemos pasado por una crisis terrible y que todavía no podemos cantar victoria; también es verdad que hay corruptos y ladrones entre los políticos y los banqueros, pero también entre los alumnos que se copian en los exámenes y plagian trabajos y también entre los carpinteros y los actores y los inmigrantes. Hay riesgo de corrupción en el corazón de cada hombre. Sobre todo, en quienes sólo ven la corrupción ajena, en quienes se hacen las víctimas sin reconocer responsabilidad alguna.
De esta mentalidad dialéctica y de este victimismo se aprovechan todos los populismos de la Historia y lo saben muy bien los ideólogos de Podemos, pues a estudiar estos fenómenos populistas y revolucionarios han dedicado toda su vida. Puede que millones de españoles pretendan combatir la corrupción desde esta misma mentalidad dialéctica y desde un profundo sentimiento de victimismo: “Todos los políticos y banqueros son unos corruptos y nosotros, pobres e inocentes personas de a pie, sufrimos todas las consecuencias”, escucho todos los días. Sin embargo, no se puede combatir el fuego con más fuego. Ni las leyes, ni un mesías terrenal, harán por nosotros los que sólo podemos hacer cada uno de nosotros y sólo podemos hacer juntos: combatir el odio y el egoísmo que corrompen nuestros corazones.
No se puede combatir la corrupción desde el “nosotros” contra “ellos”, pues ese esquema sólo hace que una corrupción –la del “nosotros” – sea buena y legítima, como forma de defensa –o de ataque– contra la corrupción de “ellos”. No se puede combatir la corrupción desde el victimismo, pues el victimismo ve la paja en el ojo ajeno, pero ignora –o justifica– la viga en el propio.
Es necesario endurecer las leyes contra la corrupción y las penas contra los corruptos. Es necesario sanear nuestras instituciones. Pero todo eso es insuficiente. La tarea para sanear nuestras instituciones –que nunca serán perfectas e inmaculadas– pasa por fomentar, encarnar y aplaudir comportamientos ejemplares en la familia, la prensa, la ficción, la política, la empresa… y ser ejemplar hoy empieza por reconocer que la mayoría no lo somos y que “los otros”, los “distintos”, no son nuestros enemigos.