Hijos de la corrupción

Dicen que, con el paso de los años, uno va relativizando cada vez más las cosas del mundo; algo así como que, a la vejez, viruelas. De niño, una gripe que te impide jugar un partido de fútbol puede llegar a ser un drama de dimensiones estratosféricas, por ejemplo. Sin embargo, cuando vas cumpliendo años hay semanas que echas de menos unas pocas décimas de fiebre que te obliguen a postrarte en el sofá para poder hincharte a libros y chocolatinas, a partes iguales. Pero hay alguna excepción a este relativismo progresivo y, entre ellos, el enfado por las cosas de la res pública.

Pondré mi ejemplo: de niño escuchaba de fondo, en la tele, como el presidente del Gobierno convivía con los gravísimos líos de Filesa, Ibercop, los Gal, Rumasa, las torres Kio, el despacho de Juan Guerra y un largo ejemplo de escandalazos, que diría De la Vega. Ahora que empiezo a peinar alguna cana, es oír hablar de un tal Bárcenas, de la masiva trampa de los ERE o de la quijotesca historia de los papeles de Panamá y, oiga, es que me da un tabardillo. Yo creo que esto es una cuestión de prioridades. De niño uno sólo quiere que el verano dure más tiempo, que la tienda de chucherías sea más barata y que la pelotita entre en la portería. Cuando vas creciendo, lo que quieres es que el verano le dure más tiempo a tu hijo, que le bajen el precio de las nubes y que, el pobre, tenga más suerte de cara a la portería. Es decir, que pasan los años y empiezas a desear por otros y así, cuando escuchas que hay una colección de chorizos que se dedican al trinque como oficio, te viene a la cabeza y al alma la terrible pregunta: ¿pero qué clase de mundo le vamos a dejar a nuestros hijos? Las posibles respuestas son desalentadoras: un mundo en el que lo importante no es lo que eres sino lo que tienes, en el que robar sólo es malo si te pillan, en el que algunos gobernantes se pervierten por sistema, en el que el mismo sistema que lo permite persigue a la mayoría acribillándoles a impuestos que, en muchos casos, se utilizan para el latrocinio; un mundo en el que miles de  personas se manifiestan para que alguien, una víctima más, no sea expulsado de "Gran Hermano", ese gran estercolero de conciencias que un multimillonario italiano regala a nuestros hijos a cambio de hipotecar sus corazones; y en ese plan.

¿Pero qué estamos haciendo con nuestra libertad? Lo peor de los casos de corrupción de la cosa pública y de aquellos que cometemos en nuestro día a día, preguntando si en A o en B o si de verdad hace falta recibo, es que los hacemos delante de nuestros hijos.

Artículo publicado en www.mirada21.es y reproducido en Corresponsales de Paz por gentileza de la dirección de Mirada21.es.