En la vida hay dos clases de inmigrantes: los ricos y los pobres. Los ricos suelen encontrar puertas abiertas para llegar a un país, donde incluso se les regala el permiso de residencia por el mero hecho de comprar una casa de más de medio millón de euros. Mientras, los inmigrantes pobres tienen que buscarse la vida como pueden. Unos abandonan su casa con la esperanza de encontrar un futuro mejor, ya sea en forma de trabajo, de vivienda, de educación e incluso de pareja. Otros, aquellos que más que emigrar lo que hacen es huir, sólo buscan subsistir, esquivar a la muerte y seguir vivos. Con eso tan simple y a la vez tan valioso se conforman. A ver si en Europa empezamos a distinguir... algunos sólo pretenden sobrevivir.
Este colectivo de valientes, puesto que pocas cosas existen más osadas que renunciar a todo lo propio a cambio de la incertidumbre, es precisamente el que invade Europa este verano. Este inmigrante es diferente a todos los demás por mucho que los populistas de la falsa solidaridad pretendan meterlos en el mismo saco que a los ecuatorianos que llegaban en aeropuerto a España durante el boom urbanístico o incluso los africanos que cruzan el Mediterraneo en patera. Todos los inmigrantes suelen ser héroes por la historia personal que dejan atrás pero los procedentes de Siria e Iraq son, además, mártires del genocidio que está ejecutando el mal llamado Estado Islámico en gran parte de Oriente Próximo con el silencio cómplice de millones de occidentales. No es el único exterminio contemporáneo. Algo parecido sucede con miles de centroafricanos que abandonan Nigeria, Camerún, Chad y Níger por la amenaza de grupos islámico terroristas como Boko Haram, sin que haya manifestaciones de batas blancas o camisetas verdes o pantalones morados.
La respuesta europea a esta crisis migratoria alcanza una hipocresía realmente vergonzosa. A una parte de europeos, aquella que siendo antihumanista suele apelar a la humanidad cuando habla de inmigración, le escandaliza la marea de extranjeros que está jugándose la vida por entrar en la UE. Sin embargo, esa misma parte de europeos lleva años mirando hacia otro lado mientras los compañeros de estos inmigrantes, sus padres y sus mujeres son asesinados por los salvajes más salvajes del islamismo más salvaje que existe en todo el planeta. Ya podía haber alzado su voz fuerte y nítida cuando los hermanos de estos inmigrantes eran crucificados en la
ciudad de Al Mayadín o en
regiones pobladas de Iraq. Son los mismos seres humanos pero ellos casi nunca salen en el telediario y desde luego no abren las portadas de los periódicos. Sin embargo, merecen la misma defensa. Es más, donde realmente necesitan nuestro amparo y protección es en sus casas para no tener que abandonarlas por la amenaza terrorista del ISIS y para no tener que huir hacia Europa tras haber perdido toda esperanza de subsistir en su país.
Igual que la mejor ayuda al inmigrante africano es la cooperación (como bien entendió y ejecutó José Luis Rodríguez Zapatero, menos mal que algo bien hizo en ocho años), el inmigrante sirio o iraquí necesita una solución en su propio país y esa solución no es otra que la paz. Si Europa quiere atender de verdad a esos inmigrantes debería hacerlo en su origen, impidiendo que el Estado Islámico robe sus casas, secuestre y viole a las mujeres o destruya su patrimonio. Sólo hay un modo de evitar eso y es luchando cuerpo a cuerpo contra los soldados de la bandera negra y oscuro totalitarismo. Los mismos que reclaman puertas abiertas en la UE para acoger a todos los inmigrantes del resto del planeta deberían aclarar si están dispuestos a enviar tropas a Siria o Iraq, de donde salimos huyendo como cobardes hace más de una década por culpa de los mismos que ahora se echan las manos a la cabeza. De aquellos polvos surgen estos lodos porque, once años después de aquel abandono, el islamismo más radical campa a sus anchas por la región y extermina a todo el que piensa diferente gracias a la parsimonia del relativismo occidental.
Es una nueva hipocresía migratoria que consiste en escandalizarse por la marea de miles de personas que desborda la capacidad europea de acogida sin hacer autocrítica de las causas. Es una nueva hipocresía migratoria que llora por la pobreza que alcanza sus fronteras pero, por mala conciencia o por incapacidad para el compromiso, no quiere saber nada de los genocidios que originan semejante avalancha de inmigrantes.
Artículo publicado en www.lasemana.es y reproducido en Corresponsales de Paz por gentileza de la dirección de LaSemana.es.