El programa nuclear de Irán dio mucho de lo que hablar hace años y parecía que había quedado resuelto con el acuerdo, firmado en 2015, auspiciado por Estados Unidos, la Unión Europea, Rusia y China. En el texto, Irán se comprometía a detener su desarrollo atómico (aunque siempre dijo que era con fines pacíficos) a cambio de que la comunidad internacional levantara las sanciones que le había impuesto.
Ahora que parece que los planes nucleares de Corea del Norte están parados (eso dice Kim Jong-un), se reactivan las sospechas sobre las intenciones del Gobierno iraní. Estos recelos han sido alimentados desde que Donald Trump llegó a la Casa Blanca. El presidente estadounidense piensa que el pacto con Irán es perjudicial para los intereses de Estados Unidos y cree que los dirigentes persas tienen un programa paralelo que se ejecuta de forma secreta.
Ahora, el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, ha mostrado unos documentos donde, presuntamente, demuestra que Teherán está engañando a la comunidad internacional. Aun así, no sería la primera vez que se crea un escenario proclive a los intereses de algunas de las partes. Ya pasó con las armas de destrucción masiva de Irak, que el entonces presidente Saddam Hussein usó contra la población, pero que posteriormente dijo haber destruido. Cuando EE.UU. intervino para buscarlas y derrocar a Hussein, no las encontró.