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La reflexión académica sobre el periodismo está gravemente lastrada por planteamientos cientificistas, funcionalistas y cibernéticos que nublan la dimensión personalísima de este quehacer profesional. La sociedad es entendida como una gran maquinaria y el periodismo es una función más al servicio del gran engranaje social.
Las noticias han de ser objetivas, no ya en el sentido de veraces –cosa evidente–, sino en el de impersonales, asépticas, neutrales, liberadas de toda pretensión de moralidad y de personalidad. Como los análisis clínicos o las pruebas de laboratorio. Durante años se ha considerado un rasgo del estilo noticioso lo que propiamente es ausencia de estilo, es decir, el estilo impersonal. La noticia pura no debía ser firmada, para subrayar que no importa quién la escribe, pues sólo importan los hechos y los datos, científicamente ordenados conforme a la pirámide invertida.
Durante mis estudios de doctorado traté de buscar otros fundamentos en los que asentar una Teoría de la Comunicación con un rostro más humano. Encontré en el pensamiento dialógico esa fuente. Supe entonces que el modelo básico para comprender la comunicación social no es la comunicación entre máquinas (Modelo matemático de la información) ni la comunicación entre animales (Modelo funcionalista, fórmula de Lasswell), sino el diálogo interpersonal. Y supe que la filosofía del diálogo es la matriz desde la que comprender la comunicación social.
Cuando formulé por vez primera, en septiembre de 2003, que los todavía habitualmente llamados medios de comunicación de masas debían inspirarse en el diálogo interpersonal para afrontar con éxito su transición a la sociedad digital, me llamaron loco. Hoy es ya casi un tópico decir que los medios de comunicación y las marcas forman parte de la gran conversación. Durante esos años en los que me preguntaba si mis estudios tenían algún sentido, me encontré con la obra de Ryszard Kapuscinski. No ya con sus reportajes, sobradamente laureados y conocidos, sino con sus escritos teóricos. Kapuscinski hablaba del encuentro, del Otro, de la importancia de la historia y de la experiencia real de lo concreto y los detalles. Más tarde conocí sus fuentes: Emmanuel Levinas, Martin Buber, Ferdinand Ebner y Gabriel Marcel; y también hablaba de Karl Jaspers y de Hannah Arendt. Todos ellos, autores fundamentales para mi tesis (Crítica, fundamentos y corpus disciplinar para una Teoría Dialógica de la Comunicación).
Ignacio Ramonet escribió de Kapuscinski que «en su discurso académico eligió un tema abstracto –El encuentro con el otro– que no es lo que mejor le va, para afirmar algo que nadie con un mínimo sentido común le contradice: que hay que ser acogedor y comprensivo con el forastero» («Kapuscinski», en La voz de Galicia, 30/06/2005). Me temo que Ramonet ni entendió la propuesta teórica de Kapuscinski, ni las fuentes que el reportero polaco citaba. Porque el encuentro con el otro no es lo más abstracto, sino lo más concreto, aquello sin lo cual ni el periodismo ni la vida en sociedad existirían, aquello sin lo que el ser humano no sería humano. Y porque los filósofos del diálogo consagraron su vida y su discurso a revalorizar lo concreto, frente a las abstracciones y simplificaciones deshumanizadoras de, por ejemplo, tanto periodismo "neutral", "objetivo" y "aséptico" que se contenta con los "hechos" y los "datos" mientras acontecen los grandes genocidios del siglo XX.
Todavía está por escribirse el modo en el que la filosofía del diálogo, ciertamente más como actitud vital que como discurso académico, influyó en el hecho de que Kapuscinski recibiera el nombre de mejor reportero del siglo XX.
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