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El enquistado conflicto palestino israelí acapara, una vez más, la actualidad y deja un reguero de muerte y destrucción que nadie parece capaz de parar. Sobre el terreno, ni Israel ni Hamás dan su brazo a torcer, empecinados en doblegar al enemigo por la fuerza de las armas y en continuar con una carrera hacia el infierno, en la que solo habrá perdedores. Hasta ahora, más de 200 muertos en el lado palestino —casi una tercera parte de ellos niños — y 10 en el lado israelí.
"La capacidad coercitiva de la UE en el tablero de Oriente Próximo, desgraciadamente, no deja de caer en picado".
El estado hebreo, respaldado por Estados Unidos, insiste en enarbolar su derecho a defenderse de las agresiones de Hamás que, según fuentes oficiales israelíes, ya ha lanzado desde Gaza más cohetes que en toda la ofensiva de 2.014.
De la mano de unos pocos
Los ojos del mundo miran impotentes al presidente Joe Biden para que detenga los ataques y aunque la administración norteamericana asegura trabajar en ello “incansablemente”, a nadie se le escapa que quien maneja los tiempos es Israel. De hecho, Estados Unidos ha impedido tres veces, en la última semana, que prosperase en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas una resolución de condena a ambas partes que las obligue a cesar los ataques.
La capacidad coercitiva de la Unión Europea en el tablero de Oriente Próximo, desgraciadamente, no deja de caer en picado y hace tiempo que, como bloque, desempeña un papel secundario. Sus portavoces y representantes se limitan a condenar la violencia, a mostrarse públicamente “profundamente preocupados” por el devenir de los acontecimientos, a recordar a las partes que tienen la obligación de proteger a los civiles en zona de conflicto y a reiterar que respaldan la solución de los dos estados surgida de los Acuerdos de Oslo.
Los mantras de siempre plasmados una y otra vez sobre el papel pero que se pierden bajo el estruendo de las bombas porque no son más que el eco de una vieja solución al conflicto, cada vez más difícil de aplicar sobre el terreno. Cada día que pasa, el extremismo devora un poco más a la moderación, tanto en la sociedad israelí como en la palestina.
La política hebrea de forjar lazos de intereses comunes con los países árabes no es más que otro intento de seguir su propia hoja de ruta, que no contempla dejar de tener el control efectivo sobre Jerusalén y una buena parte de Cisjordania. Una estrategia —en la que se enmarcan los Acuerdos de Abraham— encaminada a restar apoyos árabes a los palestinos que, si algo ha logrado ya, es sacar de las calles de sus nuevos socios las protestas contra las represalias israelíes en Gaza.
Del lado palestino, son las luchas intestinas entre las dos grandes agrupaciones que dirigen el destino de la sociedad —los islamistas de Hamás, en Gaza y la vieja guardia de Fatah, en Cisjordania— las que devoran las esperanzas de la población de forjar un frente con el que doblegar a Israel. El enemigo común al que Fatah optó por combatir por la vía diplomática internacional. Un campo vetado para Hamás, que nunca ha renunciado a la violencia y que está incluido en las listas de grupos terroristas de Estados Unidos y la UE.
En este complejo escenario, la UE carece de relevancia para cambiar el devenir de los acontecimientos. Egipto, Catar y Noruega son prácticamente los únicos interlocutores con los islamistas, mientras que Israel solo rinde cuentas ante su principal valedor, Estados Unidos.
"La esperanza de paz nacida en la Conferencia de Madrid (1991) se ahogó en un mar de violencia y de nuevas realidades sobre el terreno".
Precisamente el ex presidente norteamericano, Donald Trump, concedió a los israelíes dos de sus mayores anhelos: que Estados Unidos reconociese Jerusalén como la capital de Israel y trasladar allí su embajada. Trump se escudó en el reconocimiento de una realidad histórica y además de hacer temblar los cimientos de todo lo pactado hasta ahora por las partes, hizo visibles las fisuras que el conflicto genera en el seno de la UE. Formalmente los países de la Unión rechazaron el llamado “Acuerdo del Siglo” de Trump y apoyan la solución de los dos estados y la futura negociación por las partes del estatus final de Jerusalén. A pesar de este respeto institucional a la líneas marcadas por el derecho internacional, en la práctica, existen multitud de divergencias entre los gobiernos europeos, que les impiden adoptar una posición común frente al conflicto palestino israelí. Es cierto que ninguno ha dado el paso de trasladar su embajada ante Israel a la Ciudad Santa —aunque algunos hayan abierto oficinas comerciales — pero estados como Alemania, Hungría, Rumania, la República Checa o Austria se han posicionado del lado israelí y han respaldado públicamente su derecho a defenderse de las agresiones de Hamás.
La esperanza de paz nacida de la Conferencia de Madrid (1991) se ahogó en un mar de violencia y de nuevas realidades sobre el terreno que, guste o no, habrá que poner sobre la mesa de negociación cuando las armas dejen espacio para ello.
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