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Les escribo desde el exilio de la rutina. Desde una mesa camilla que una vez tuvo un brasero, bajo una ventana que es un cuadro de calles vacías y parques precintados. Les imagino a ustedes leyendo esta columna en similares circunstancias, mirando el reloj con la certeza de que no irá más rápido. Los días lentos. Doy mis clases por videoconferencia y resuelvo dudas de los alumnos en sesiones de chat. Preparo presentaciones virtuales y me las ingenio para crear tareas que encuentren fruto en la distancia. ¿Dónde están mis alumnos? En sus soledades, claro, en el ir y venir de estos días. Lentos. Pienso en mis padres y hermanos, les imagino inventando sesiones de gimnasio en el salón, peleando porque sus hijos no agoten la paciencia de la PlayStation; y en mi hija, que no entiende. Dice que hay un virus y que por eso han cererado el colegio. Quiere que su abuelo Pepe la lleve a ver unos perretes. Me mira sin prisa mientras envuelve su risa en estos días lentos. Tan lentos que hasta me sale una rima del silencio. Pero miren la foto. Hay esperanza, más que nunca. Ninguna obra de arte ha surgido del ruido, no hay creación auténtica que no haya sido fundada en el silencio.
Ahora que hemos parado la agenda, hemos encontrado espacio para el otro. ¿Y quién es esa señora que vive arriba y con la que apenas me cruzo tres palabras mientras bajo la escalera corriendo con el móvil en la mano y Alsina a todo trapo en el oído? Ahora, que la vida es lenta, descubro que está sola. Y que quizá tiene miedo. La foto ilustra los frutos del silencio. Una vecina que se ofrece, fruto de la iniciativa de Cáritas Madrid para promover la figura del vecino de apoyo. La imagen se repite por todo el mundo. Dermatólogos que se comprometen a dar respuestas por videoconferencia, psicólogos que ofrecen sesiones gratuitas, músicos que dan conciertos por YouTube, sacerdotes que atienden por teléfono y que suben sus Misas a internet, etc. Y así, de repente, en medio de la tribulación, la humanidad empieza a recoger a los que eran descartados, a escuchar a los que necesitan amparo, a despertar del embrujo. Porque si de algo puede servir esta vida lenta –este «tiempo de gracia», acaba de decir el obispo Munilla en YouTube– es de despertador de nuestra aletargada conciencia. Que ella nos esclavice. En esa esperanza, me digo frente al silencio de mi ventana, está la auténtica libertad.
Recurro mucho estos días a Jacques Philippe: «Nuestra vida siempre cuenta con esta maravillosa posibilidad: la de hacer de lo que nos quitan (lo que nos quita la vida misma, las circunstancias o los demás) algo que ofrecer. Exteriormente no se aprecia ninguna diferencia, pero en el interior todo queda transfigurado: el destino se convierte en una elección libre, la violencia en amor, la pérdida en fecundidad».
La responsabilidad de uno mismo, el yo frente al espejo liberado de excusas, la pérdida de valor del colectivismo denigrante, la creación de un auténtico sentido de comunidad, el papel en el portal ofreciendo ayuda, mi hija aprendiendo a hacer puzles, mi ventana ofreciendo silencio: convirtamos este tiempo lento en la oportunidad que necesitábamos para recobrar la conciencia de nuestra enorme y bella fragilidad. Así está bien.
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