El periodismo político, especialmente aquel que tiene la entidad suficiente como para formar opinión pública, se encuentra en falta ante la ciudadanía. Simplemente, porque no ha tenido la fuerza para contener, enfrentar o encauzar el populismo que se instaló en la política, acomodando su proyecto editorial a un estilo noticioso que ha demostrado no considerar el interés superior del país como principio ordenador de su posición editorial en el acontecer político nacional.
No creo equivocarme, si afirmo que para un periodista político joven en Chile, me refiero a aquél que está en etapa de formación y que seguramente, luego de sus primeras notas de prensa definirá su sello, estilo y lo más importante, su aporte concreto al bien común, hoy su mayor ambición es emular a Bob Woodward y Carl Bernstein del Washington Post, lograr su propio “Watergate” y obtener la renuncia de un alta personalidad pública. Ahí está su consagración profesional.
El periodismo político, ha ido mutando a un periodismo de “caza”, puro y duro, en que cada periodista se transforma en un cazador que sale en una búsqueda casi frenética de aquel hecho comprobable que puede tener la aptitud noticiosa suficiente como para “derribar” a un político, a su partido o a un sistema. A veces de la impresión de que no existen límites.
"El periodismo político es el principal garante de la paz social y en consecuencia, nunca puede darse lujo de atrincherarse en posiciones ideológicas".
No existe poder más eficaz que el poder del periodismo. De mucha mayor fuerza que el poder político o empresarial. Por tal razón, se extraña que quienes deben ejercerlo en estos tiempos, no lo hagan con mayor destreza, prudencia, principios, estética, ética y sobre todo, con conciencia del poder que tienen en sus manos. Lo anterior, requiere de especial humildad. Atributo escaso en época de apariencias, superficialidad e individualismo.