Cerré los ojos y escuché el traqueteo de los caballos, el golpe de la herradura sobre el adoquín, como si de un compás se tratara. Miré las toscas fachadas de las casas, erosionadas por el paso del tiempo. Me gusta fijarme en las huellas que el paso del tiempo deja, que se acumulan al paso de los años, como las lámparas viejas que aún alumbran alguna que otra calle, los tendidos de cables, telarañas trampa para el electricista más mañoso. Parece que de un momento a otro se va a escuchar un "¡Agua va!". Paseos por los barrios judíos que muchas de nuestras ciudades conservan, museos que nos transportan a batallas de las que quedan los orificios del rencor. Una historia que gusta contemplar, que no es sinónimo siempre de vanagloria. Pero de la batalla al espanto hay un paso.
Y ese paso es demasiado corto si no hablamos de bandos sino de crueldad unidireccional. Demasiado cercano si ocurrió en pleno siglo XX. Las guerras quedan para contarlas, sus consecuencias o los cauces que algunos de sus protagonistas toman pueden representar la vergüenza humana. Y por eso no, no quise visitar ese infierno llamado Auschwitz. Porque ese repugnante "el trabajo hace libre" hubiera desatado la ira en una mente quizás demasiado joven para fotografiarla en mis recuerdos. Porque pese a ser una década de la historia que me atraía con fervor, supe sin llegar hasta allí el horror que expelería esa antigua vía de tren, a través de la que llegaron miles de personas hacia ese experimento cruel e inhumano que acabaría con la muerte de al menos un millón de personas desde el momento en el que esa verja se abrió en 1940. Entre la memoria y el morbo hay una delgada línea que no quise atravesar. Prefiero mantenerla viva, pero no quise enfrentarme a ella tan de cerca.
Los principales líderes europeos han querido dar un toque de atención en Davos. Que el paso del tiempo no nos haga olvidar los males del nacionalismo, en cualquiera de sus formas. Decía el filósofo Jorge Santayana que "quien olvida su historia está condenado a repetirla". Dardos envenenados como la institucionalización del antisemitismo y los consecuentes derechos cercenados de buena parte de la población. La detención de más de 30.000 judíos tras la "Noche de los cristales rotos". El asesinato de más de seis millones de personas consideradas "enemigas de la nación alemana".
"Deshacerse de los piojos no es una cuestión de ideología, es una cuestión de limpieza". Son palabras de Heinnrich Himmler, líder de la SS. La paranoia enfermiza a la que en palabras de Noah Klieger, no sobrevivían los más fuertes o inteligentes, "sino los que más suerte tuvieron". Este sábado 27 de enero se celebra el día del Holocausto. Y él, superviviente de la Shoá, aún puede contarlo para mantener viva la memoria del exterminio judío.
Klieger fue capturado el 19 de octubre de 1942. Con 17 años pisó la infamia convertida en campo de concentración como mano esclava y tiene suerte de poder contarlo y nosotros de leerlo, una obsesión desde hace 65 años que le convirtió en periodista. La barbarie la llevará tatuada hasta la muerte, para que no haya ni un solo día en el que no lo recuerde.
Nosotros, por el contrario, lo estamos poco a poco olvidando. Hubo un tiempo en el que el cine permitió películas de la talla de El pianista, de Roman Polanski, La lista de Schindler de Steven Spielberg o joyas como La vida es bella, dirigida por Roberto Benigni, que con exquisito gusto transforma el horror en calidad emotiva. Pero hoy los niños alemanes empiezan a olvidar lo que supuso este episodio de la historia, porque una encuesta entre escolares alemanes de entre 14 y 16 años elaborada por la Fundación Körber señala que menos de la mitad sabe lo que es Auschwitz. El responsable de esa institución señala que cada vez se estudia menos historia en las aulas. En los años 70 se enseñaban imágenes representativas de lo que supuso el III Reich. Hoy no es el método.
16 años. Los que tenía cuando no quise visitar el campo de concentración de Auschwitz. Hoy, con 31, me resultaría igual de difícil. El testimonio desgarrador y las imágenes vistas son muestra suficiente del horror. ¿Enseñarlo en las aulas? Sin lugar a dudas. No dejemos que las nuevas generaciones tropiecen con las mismas piedras por omisión. Y que ellos decidan si quieren o no visitarlo.
Artículo publicado en www.lasemana.es y reproducido en Corresponsales de Paz por gentileza del autor.