Parece que está mal visto tomar medidas en caliente, como si fuese respuesta a un impulso que sale de las tripas en vez del trabajo reflexivo. No nos engañemos. Si no fuera por esos calentones poco se corregirían las leyes para adaptarse a las exigencias más o menos coherentes a los nuevos tiempos. El reciente pacto entre PP y PSOE contra el terrorismo yihadista es un ejemplo. Alguna voz surgió en contra, pero el miedo apremia. Y ahí está esa reforma descafeinada de la ley del aborto, que tanto calvario le hizo pasar al ministro Gallardón, esté donde esté, mientras los suyos gestionarán un apaño antes de que acabe la legislatura para que el partido pueda decir aquello de "hemos cumplido nuestro programa" antes de las próximas elecciones generales. ¡Manda narices! ¡Menuda tropa!, parafraseando con licencias más finas a los políticos populares de ayer y de siempre. Grandes éxitos.
Claro que los padres deben enterarse de que sus hijas menores abortan, como se enteran de las tasas que pagan por ellas para que vayan a la universidad (entiéndase también cafetería) o de las noches sin dormir esperando a que regresen de la juerga. Pero la polvareda que se levanta por incluir esa modificación no tiene explicación a juzgar por el porcentaje de adolescentes que lo hacen. Ni si quiera un cinco por ciento de los abortos responde a ese criterio. Habrá quien diga que sólo por los derechos de una chica está mal planteada la reforma. ¿Y por el derecho principal a la vida del que va a nacer, de uno solo, no estaría mal planteado el texto actual? Pero la política es la política.
Seguro que el tema del aborto llena minutos en los mítines venideros. Al tiempo. Cuando las cosas del bolsillo se enderezan, las matemáticas de las urnas salen mejor con el movere de la retórica aristotélica recurriendo a las citadas tripas. Es decir, que cuando no hay mucho de lo que convencer, se recurre a los sentimientos más controvertidos, a esos que afloran a ras de piel. Y eso es jugar sucio. Porque siempre en periodo electoral, Gobierno y aspirantes actúan en caliente.
Aunque siempre hay excepciones, como en todas las profesiones, los ejemplos se multiplican en todos los colores. Den un repaso al buzón: junto a la publicidad de los restaurantes chinos y de quienes quieren comprar tu casa hipotecada "al contado" aparecen panfletos de todo signo político. Unos dicen que fueron buenos y que piden a los Reyes Magos estar más tiempo al mando de las instituciones. ¡Ah! Y que hicieron esto, y esto y esto otro y aquello que está a punto de terminarse corriendo para llegar a la fecha. Legislar en caliente, decíamos. Otros defienden que los que están fueron malos y que ellos saben cómo mejorar las cosas, que Cenicienta dejará de limpiar chimeneas y que en la calabaza hay sueldos para todos sin trabajar.
Y, a esto, aparecen los que dicen que ni agua a los políticos clásicos. Pero resulta que desde los círculos caen en la cuadratura imposible que intenta la competencia y también llenan el buzón con un papelito al uso (por favor, consejo a todos, cuiden la redacción, edición y ortografía, que una deja de leer). Lo mismo: actúan en caliente. En pleno febrero sube la temperatura a cada día que resta de unos u otros comicios. Una pena. Pues, salvo excepciones, dentro de unos meses unos y otros desaparecerán de los despachos y los plenos y hasta dentro de cuatro años no concederán su caluroso saludo. Caliente, como la forma de actuar de unos y otros cuando está en juego su asiento.