Los llamados “Acuerdos de Abraham” entre Israel, Emiratos Árabes Unidos y Bahréin suponen la formalización de unas relaciones que ya estaban en marcha. Esto da una sensación un tanto anticlimática para muchos analistas: al fin y al cabo, Israel y los dos países árabes implicados llevaban años colaborando estrechamente en diversos ámbitos. Aunque secretas, dichas relaciones eran un secreto a voces. A lo que hemos asistido, por tanto, es a la visibilización de una relación que ya estaba en marcha.
No obstante, estos acuerdos suponen una ruptura con el pasado y una profunda alteración en la geopolítica de Oriente Medio. Consideraremos a continuación algunas cuestiones en torno a los acuerdos que nos ofrezcan algunas pistas sobre dichas implicaciones.
Lo primero de todo, desmitificar las justificaciones formales de los acuerdos. El que Abu Dhabi exija e Israel acepte no anexionarse Cisjordania a cambio de normalizar las relaciones no es más que un ejercicio de teatro por ambas partes. Los Emiratos necesitan una excusa para justificar su nueva relación con Israel (¡Hemos salvado Cisjordania!) mientras que Netanyahu necesitaba una buena excusa para librarse del laberinto en el que se había metido durante las elecciones al anunciar la anexión (¡Estaba dispuesto a anexionar Cisjordania, pero tengo que renunciar a ello para lograr este hito diplomático con los Emiratos!). Netanyahu buscaba una salida a una anexión que había desatado la oposición de la comunidad internacional y de muchos israelíes y los Emiratos necesitaban un gesto con los palestinos para justificar su abierta amistad con Israel.
Lo segundo que uno debe tener en cuenta es la profunda diferencia cualitativa entre los dos primeros acuerdos que firmó Israel y los dos que acaba de firmar. En los casos de Egipto y Jordania, Israel firmó la paz con ellos, pero el acuerdo no se tradujo en una relación profunda entre los tres países. No se crearon vínculos económicos, culturales ni sociales entre Israel, Egipto y Jordania. Más bien, la relación se circunscribió- y de forma muy discreta- al ámbito de la diplomacia y de la coordinación en temas de seguridad. La actitud de la población egipcia y jordana hacia Israel sigue siendo fría y plagada de suspicacias en el mejor de los casos.
"Asistimos al inicio de una profunda relación comercial, financiera y militar"
El caso de Bahréin y Emiratos es completamente distinto. Aquí no estamos asistiendo a una mera normalización diplomática, sino al inicio de una profunda relación comercial, financiera y militar. Se habla de turistas judíos en Emiratos y de inversiones y contratos importantes en el ámbito empresarial. En las redes sociales, numerosos ciudadanos de Israel, Emiratos y Bahréin han expresado su entusiasmo por la noticia y se han felicitado mutuamente. Esto es algo impensable entre los ciudadanos egipcios y jordanos. El fervor social y político que se ha desatado con la noticia en los tres países implicados es totalmente revolucionario y sin precedentes. Esto hace augurar que las relaciones de Israel con Emiratos y Bahréin van a ser más profundas, provechosas y fluidas que las mantenidas con Egipto y Jordania.
Pero tampoco hay que menospreciar el hito que supuso la paz con Egipto y Jordania. Bahréin y Emiratos no comparten fronteras con Israel y nunca estuvieron en guerra. En ese sentido, los acuerdos con Egipto y Jordania sí que fueron mucho más decisivos para la seguridad y pervivencia de Israel de lo que suponen estos nuevos acuerdos.
La tercera consideración es el factor americano. Aquí Trump es un elemento clave. Puede afirmarse que Bahréin y EAU, al firmar el acuerdo con Netanyahu, lo han hecho con la vista puesta más en Washington que en Tel Aviv. No es un secreto que tanto Bahréin como Emiratos querrían ver a Donald Trump reelegido en las próximas elecciones. La experiencia de las monarquías del Golfo con Obama no fue buena y temen que, con Biden en la Casa Blanca, Estados Unidos retome una actitud apaciguadora con Irán. No son pocos los que esperan que los acuerdos de paz ayuden a Trump a mantenerse en la Casa Blanca.
Las monarquías árabes también esperan que los acuerdos con Israel abran la puerta a que Estados Unidos les venda armas más sofisticadas (armas, que en el caso de Abu Dhabi, son esenciales para sus intervenciones en Libia o Yemen). El caza F-35 y los drones de última generación son algunas de las piezas más codiciadas. Sin embargo, esto abre una incógnita. Estados Unidos está comprometido a garantizar la superioridad cualitativa militar de Israel en la región. Si el F-35 se vende a los Emiratos e Israel deja de ser el único país en la región con dicho caza, ¿qué tendrá que ofrecer Washington a Israel para garantizarle dicha superioridad militar? Porque, aunque ahora Dubai sea un aliado de Israel, esto no significa que Estados Unidos deba permitir que el país árabe adquiera unas capacidades militares iguales o superiores a las israelíes.
El compromiso de una clara ventaja cualitativa militar israelí en la región se aplica sin distinción de enemigos y aliados. Esto es importante y delicado, porque nunca se sabe qué deparará el futuro. Ya antes Estados Unidos armó a países de la región con estrechas relaciones con Israel (véase Irán con el Shah) que luego dieron un giro de 180 grados (véase Irán tras la caída del Shah) y pasaron a usar esas armas contra los intereses de Israel y Washington en la región. La lección de los precedentes históricos es clara: en una región como Oriente Medio, tan propensa a las revoluciones, guerras civiles, golpes militares y cambios de régimen, no hay ninguna garantía de que un aliado lo siga siendo por mucho tiempo, así que uno debe tener cuidado qué vende y a quién. Los Emiratos que conocemos hoy puede que no sean los mismos que conozcamos dentro de 20 años.
La última consideración es que los acuerdos han sido auspiciados por el sentido de urgencia ante la amenaza regional que suponen las ambiciones hegemónicas de Irán y Turquía. Este nuevo escenario está redibujando el mapa de las alianzas en la región y frente a unos turcos y unos iraníes cada vez más asertivos, una alianza militar y económica cada vez mas estrechas con Israel y Estados Unidos es vista como una medida lógica ante estas nuevas amenazas. Los Emiratos buscan comprometer cada vez más a Estados Unidos con la seguridad de su país. Y la tecnología, inteligencia y capacidad militar de Israel tampoco son una mala salvaguarda al incierto clima geopolítico creado por el auge de Irán y Turquía. Desde esta perspectiva, acuerdo con Israel es una forma de garantizarse apoyos y recursos ante crisis venideras.
"El acuerdo no significa que estén cerrando un frente contra Irán ni que vayan a convertirse en unos defensores de los intereses de Occidente en la región"
De todas maneras, Abu Dhabi es un actor muy cauto y pragmático. El acuerdo no significa que estén cerrando un frente contra Irán ni que vayan a convertirse en unos defensores de los intereses de Occidente en la región. Los Emiratos tienen su propia agenda y en dicha agenda está el evitar una confrontación directa con Irán. Así, la firma del acuerdo ha sido precedida por visitar oficiales de diplomáticos iraníes a Emirato. También es notable que a la firma del acuerdo en la Casa Blanca no haya acudido el príncipe heredero Mohammed bin Zayed. De hecho, tanto Bahréin como Emiratos han enviado a sus ministros de exteriores a la firma del acuerdo, figuras de menor rango que las presentes por parte de Estados Unidos (Trump) e Israel (Netanyahu).
En cuanto a Trump, no debería esperar que el acuerdo de paz mejore sus opciones electorales. Carter fue el primer presidente en lograr un acuerdo de paz entre un país árabe e Israel y fue un presidente de un solo mandato. En Estados Unidos, la política exterior puede hacerte perder elecciones, pero no ganarlas (Bush padre con la Guerra del Golfo y el desplome soviético es un caso paradigmático). Tampoco Netanyahu debería poner su salvación política en los acuerdos. Su futuro depende más bien de la gestión económica y de la crisis del COVID así como de las causas judiciales pendientes.
Mas allá de las consecuencias a corto o medio plazo, los acuerdos son ya históricos por romper una barrera psicológica en el mundo árabe y por acelerar el colapso del consenso árabe sobre la normalización de las relaciones diplomáticas con Israel (no establecerlas hasta que el conflicto entre palestinos e israelíes se haya solucionado definitivamente con la creación de dos estados). En este sentido, el acuerdo ha hecho volar por los aires el dique diplomático árabe con relación a Israel y abre la puerta a que otros estados árabes se sumen al proceso de normalización de relaciones. Nada de esto augura nada bueno para los palestinos. Su causa queda cada vez más relegada a un tercer plano y deja de constituir un elemento clave en las relaciones diplomáticas y estratégicas de la región. Ningún país árabe permitirá ya que su política exterior esté secuestrada por los palestinos. No sería de extrañar, por tanto, que otros países que ya mantienen relaciones discretas con Israel como Omán, Sudán o Arabia Saudí se aventuren a dar el paso en un futuro y seguir la estela de Bahréin y Emiratos Árabes Unidos.