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El islamista nacionalista Recep Tayyip Erdogan, como se esperaba, volvió a ganar las elecciones en Turquía. Logró un 52% de los votos y va a estar al frente del país, en principio, hasta 2023. Su principal rival en las urnas, el socialdemócrata Muharren Ince, contó con el 30% de los sufragios y reconoció su derrota, aunque denunció algunas irregularidades, pero matizó que estas no eran cruciales para el resultado final.
Erdogan lleva en primera línea política desde 1994, cuando fue elegido alcalde de Estambul. Posteriormente, fue primer ministro entre 2003 y 2014, y desde esa última fecha está al frente de la Presidencia turca.
Erdogan ha sabido allanar su camino político y maniobrar y legislar para ir asumiendo funciones. Ahora, gracias a la reforma constitucional, aprobada por estrecho margen en 2017, va a tener más poder ejecutivo para, prácticamente, hacer y deshacer a su antojo. Mientras tanto, en los últimos años ha ido minando a la oposición y se acrecientan las sospechas de su autoritarismo y de déficit democrático.
El fallido golpe de Estado en julio de 2016 contra Erdogan desencadenó una purga que afectó a miles de personas, principalmente del Ejército, del Poder Judicial y periodistas. De hecho, desde entonces se mantiene el estado de emergencia en Turquía.
Durante sus mandatos, las políticas de Recep Tayyip Erdogan han propiciado un desarrollo económico y de infraestructuras notable, pero este modelo ya está dando signos de agotamiento y pueden convertirse en un lastre para esta nueva legislatura.
El presidente, además de intentar recuperar la economía, se enfrenta a unos retos muy importantes, como el conflicto con los kurdos, en el que apuesta por la mano dura; su implicación en la guerra de Siria, precisamente para evitar que los kurdos ganen terreno en su frontera; la gestión de los refugiados que huyen del conflicto sirio; y las relaciones con la Unión Europea, ya que Turquía es candidata a la adhesión, pero la deriva autoritaria de Erdogan choca con las peticiones de Bruselas relacionadas con el respeto de los derechos fundamentales.
Por si no fueran suficientes estos desafíos, el presidente también tiene que buscar fórmulas que cohesionen a la sociedad turca, ya que la población se está polarizando entre quienes idolatran a Erdogan y los que piensan que es un pequeño dictador que irá creciendo con el paso del tiempo.
Artículo publicado en www.lasemana.es y reproducido en Corresponsales de Paz por gentileza de la dirección de LaSemana.es.
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