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“Por más que me rebano el cerebro, no doy con la solución”. Confundir “me devano los sesos” por rebanar (cortar algo de una parte a otra) es uno de los ejemplos del “neoespañol” o “idioma aproximado” que nos inunda. Estas dos expresiones (“neoespañol” y “español aproximado”) son las que utiliza Ana Durante en su libro “Guía práctica del neoespañol” que han comentado recientemente, entre otros muchos, los escritores Javier Marías y Álex Grijelmo para denunciar el deterioro del castellano que antes leíamos y que va desapareciendo a gran velocidad.
A medida que desaparece el idioma español, aparece ese “español aproximado” en el que no existe la precisión, en el que se construyen frases absurdas desde el punto de vista semántico y en el que se estiran artificialmente las palabras y locuciones: “habrá precipitaciones en forma de nieve” para decir que nevará o “una herida por asta de toro” en vez de una cornada).
Los ejemplos de esta neolengua que se recogen en el libro son abundantes. Estos cientos de incongruencias, desatinos, cursilerías y errores aparecen en periódicos, novelas, prospectos…, y al leerlos no sabe uno si reír o llorar. Al antiguo y correcto “poner la carne de gallina” le sustituya el incorrecto “poner la carne de punta”. O aparecen expresiones enigmáticas, que no se sabe bien qué quieren decir, como “su trato a veces puede aminorarse difícil”, “lo miró atusando las pestañas”, “la oyó desertar hondos suspiros” o “pifió ella mirándole a los ojos”.
Y repito que son expresiones que aparecen en publicaciones impresas, que han pasado por las manos (y los ojos) de editores, escritores y periodistas, por quienes escriben subtítulos y por quienes doblan las películas. (Recuerdo que en cierta ocasión nos invitaron a varios periodistas a ver una película sobre Nixon para que detectáramos errores, y rápidamente hice notar que en un subtítulo –la película estaba doblada- aparecía la denominación “Casa de los Representantes” para designar a la Cámara de los Representantes porque alguien había traducido literalmente House of por Casa de).
Entre esas expresiones que hemos leído y que producen llanto o risa también aparecen la de “una camisa que le profería un aire chulesco”; “el religioso ahorcó sus hábitos”, “nadaba en deudas” (en vez de “se ahogaba en deudas”), “le dio la espalda con la vista”, “abrazó mis dedos entre los suyos”, “sus ojos tintinearon” (¿y a qué sonarían?), “tenía las manos apretadas formando puños”, “sus ojos se abnegaron en lágrimas” (en vez de anegarse en) y “por más que me rebano el cerebro, no doy con la solución” (¡pobre hombre, intentar pensar sin medio cerebro!). O hablando de una persona a la que le faltan algunos dientes: “Sonrió mostrando los dientes que le faltaban”.
A una de estas expresiones del “español aproximado” (“tan pronto le quitó el ojo, la joven salió corriendo”), la autora del libro apostilla irónicamente: “Lo que no es de extrañar; cualquiera de nosotros habría hecho lo mismo”.
Muchas de estas expresiones del “neoespañol” mueven a risa si no fuera porque dan pena: “el religioso ahorcó los hábitos”, “la camisa le profería un aire chulesco”, “dijo propiciándole un beso en la frente”, “había fletado todo el hotel”, “lo miró atusando las pestañas”, “la oyó desertar hondos suspiros”, “el viento cambió de dirección sin cita previa”, “intentó besarle los labios de él con los suyos”…
Estos cómicos pero tristes ejemplos provocan, como antes apunté, la risa y al mismo tiempo el llanto a quienes creen, creemos, que la lengua española debe ser un sólido y comprensible instrumento para entendernos, y sobre todo un básico instrumento de trabajo para los periodistas, porque mucha gente, para bien o para mal, habla y escribe como oye y lee a los comunicadores.
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