Es la pregunta sin respuesta valiente al drama inhumano de los refugiados sirios. Y a cualquier otro pequeño gran drama humano. Y los ciudadanos de a pie la arrojamos al tejado de los mandatarios de turno. Pero los dramas humanos de otros, también de los refugiados sirios, nos trae al fresco. No están entre las principales preocupaciones de los españoles en las encuestas. Ni se los espera, a pesar de las imágenes del infierno del que huyen miles de personas y las del horror que sufren en su búsqueda de un futuro mejor. Pero no nos interpelan lo suficiente.
Ni el hambre, ni en frío, ni las miradas perdidas de los ojos que han visto lo peor. Ni los niños llorosos, enfermos y con los pies mojados. Ni las madres dolientes ni los padres desesperados. Pero esa catástrofe que sufren los refugiados sirios que no alcanza a conmovernos, como tampoco nos pellizca el corazón la situación de refugiados de otras nacionalidades que huyen del Daesh, o quienes ni siquiera pueden salir de sus fronteras.
Lo de Siria es horrible. ¿Y lo de Sudán del Sur? ¿Y lo de los sin techo que viven a dos manzanas? ¿Y lo de las decenas de personas que piden limosna en la puerta de las tiendas elitistas de la milla de oro de Madrid? ¿Y el vecino del descansillo de casa? ¿Y ese familiar o amigo con el que no hablamos tanto?
La respuesta la dio hace tiempo ese abuelete dicharachero y con acento argentino que lleva tres años sentado en la silla de San Pedro: la globalización de la indiferencia. Por ello no miramos a los ojos ni queremos saber de quienes nos piden una moneda en la puerta del supermercado, ni del hombre harapiento que se emborracha en el banco del parque, ni de la situación económica que está trayendo de cabeza a un conocido. ¿No queremos saber para no sentirnos interpelados? ¿No queremos sentirnos interpelados para no tener que actuar? ¿No movemos un dedo para no tener que abandonar nuestra zona de confort y complicarnos la vida? Ya se sabe que las preguntas retóricas son una licencia literaria que lleva la respuesta en su vientre.
No nos engañemos: no se puede ser indiferente a todo, aunque para salir del paso echemos la culpa a los otros, como a esos mandatarios que negocian una salida a la "crisis" de los refugiados. Tampoco se puede vivir con una coraza que nos proteja los sentimientos.
Ese parece el fin de una campaña de Médicos Sin Fronteras, que hace unos días instaló en el centro de Madrid una carpa como las que cubren los sueños de los refugiados que vienen a Europa. Pero quienes estuvimos en ella no sentimos su cansancio, ni sus pies mojados, ni su hambre. Tampoco vivimos la angustia, ni el miedo, ni la desesperación de quienes huyen de la guerra, empujados por la realidad inhumana e imposible para la supervivencia que hay en Siria o en conflictos olvidados como Sudán del Sur, donde 6,5 millones de personas viven como desplazados en un joven país harto de violencia y que apenas duplica esa población.
Más allá del experimento de realidad virtual con el que provoca la ONG hay dramas humanos ante los que el común de los mortales nos comportamos con tanta indiferencia que no somos capaces de mirar a la cara a quien nos interpela en la puerta de una tienda '¿Por qué no ayudas?'
Artículo publicado en www.lasemana.es y reproducido en Corresponsales de Paz por gentileza de la dirección de LaSemana.es.