La palabra «posverdad» está de moda. Con ella se subraya «la circunstancia de que los hechos objetivos influyen menos en la opinión pública que las llamadas a la emoción y la creencia personal» (
Diccionario de Oxford). Los académicos aún discuten si esta circunstancia se ha dado siempre o si estamos en una nueva fase de la historia de las democracias modernas. Y en mitad de este debate… llega la última genialidad de Steven Spielberg,
Los archivos del Pentágono (
The Post, 2017).
Las críticas han sido favorables, tanto por los valores formales de la película como por su contenido. La vi ayer y no paraba de decirme, casi en cada secuencia, esto es «puro Spielberg, ¡por fin vemos el periodismo con sus ojos!». La buena ficción tiene, frente a las discusiones de barra –y frente a muchas discusiones académicas- varias virtudes. En este caso, la primera virtud es que la existencia de la verdad no es objeto de debate. La verdad es la verdad, y a todos, personajes y espectadores, eso nos parece evidente. El cine nos muestra discusiones, pero también sus consecuencias; y cuando las palabras tienen consecuencias el debate sobre la verdad deja de ser un juego y se torna algo serio.
La segunda virtud es la de situarnos a los espectadores en el bando de los defensores de la verdad, de los personajes dispuestos a jugarse la vida por publicarla y nos hace evidente que vivir en serio significa tomar partido por ese bando. Esto lo logra, cómo no, conectando con nuestras emociones y creencias, partiendo de los tópicos en los que todos estamos de acuerdo: la defensa de la ciudadanía frente a los intereses de los poderosos, la lucha de una mujer en un mundo de hombres, etc. -¿Hay otra forma adecuada de presentar la verdad, que no cuente con nuestras creencias y emociones?, convendría preguntarles los ingenuos que creyeron que los hechos objetivos o los silogismos abstractos eran suficientes. Y esa es justo la tercera virtud: las buenas ficciones no nos presentan «verdades objetivas», datos neutrales y fríos, hechos crudos, razonamientos abstractos… sino que nos presentan «verdades encarnadas», «existenciales», «prácticas», las que comprometen el sentido de nuestra vida, en las que nos jugamos la salvación o la perdición de lo específicamente humano.
Paradójicamente, resulta que cuando el frío debate de nuestro tiempo plantea como un dilema el peso de «los hechos objetivos» frente a las «emociones y las creencias personales», una película, una ficción, sale en defensa de una verdad más profunda que la de la «información pura», conectando los problemas sociales con nuestras creencias y emociones personales. Como, por lo demás, ya proponía hacer Aristóteles (léase su Retórica, incluso su Organum y su Poética).
Pedro J. Ramírez escribía el domingo en
El Español un artículo –para más guasa, de
opinión- titulado
«La verdad sobre los ‘Papeles del Pentágono’» cuyo contenido se corresponde con el capítulo 9 de un libro inédito que escribió a mediados de los 70. Según él: «El estreno de la película de Spielberg “The Post” -titulada en español “Los Archivos del Pentágono”- me ha impulsado a exhumar esta porción [de su libro inédito] como elemento de contraste entre la realidad y el cine».
Yo me pregunto de veras qué contiene más realidad: si un escrito periodístico inédito o una película estrenada que ha tenido un impacto mundial. También me pregunto de veras si el artículo de Pedro J., lleno –supongo- de «hechos objetivos», contiene y propone más verdades humanamente importantes que la película de Spielberg, llena de dramas vitales, decisiones morales, compromisos personales. Por último, me pregunto qué defensa de la verdad es más efectiva: la del debate académico sin consecuencias, o la que re-presenta dramáticamente el testimonio de hombres reales, decisiones reales y consecuencias reales en torno a acontecimientos reales.
En realidad, mi inquietud de fondo es la siguiente: es evidente que estamos ante una nueva crisis de la verdad. Es evidente que la crisis de la verdad tiene que ver –siempre ha sido así- con intereses ocultos de algunos y los trucos de la manipulación, el engaño, el ocultamiento y la mentira. Pero… ¿y si, tal vez, esta crisis de la verdad tiene que ver también con que hemos reducido el contenido, alcance y sentido de «la verdad» a una fría y descarnada caricatura de sí misma que muy poco tiene que ver con nuestra vida?
Ecos tuiteros de la nota:
Artículo publicado en www.dialogicalcreativity.es y reproducido en Corresponsales de Paz por gentileza del autor.