Un pastor paseaba el rebaño del pueblo por las colinas y un día pensó que sería divertido asustar a sus vecinos diciendo que el lobo atacaba el rebaño. Así que empezó a gritar: “¡Que viene el lobo! ¡Que viene el lobo!” Todos los vecinos dejaron de atender a sus ocupaciones y acudieron a la llamada de socorro del pastor. Cuando llegaron al lugar de los gritos vieron al pastor riéndose de sus temores y desvelando que todo había sido una broma.
El pastor pidió perdón y dijo que no volvería a hacerlo, pero lo cierto es que repitió la broma varias veces. Un día apareció el lobo y atacó al rebaño. “¡Que viene el lobo! ¡Que viene el lobo!”, gritaba, con todas sus fuerzas, el pastor. Pero ningún vecino le hizo caso, pues todos estaban cansados de sus falsas alarmas. El lobo, sin encontrar resistencia, se comió todas las ovejas y dejó al pueblo sin rebaño. Más o menos así relatas esta anécdota Esopo en sus Fábulas.
Twitter y demás redes sociales digitales están llenas de pastores bromistas. Y de vecinos que se creen bulos interesados e ideados por otros pastores y los difunden a los cuatro vientos. Y de pastores que inventan rumores para atentar contra la reputación de alguien. Y de caricaturistas que difaman, banalizan, simplifican y desprecian asuntos sagrados. Twitter y las redes sociales digitales son, en ese sentido, como cualquier pueblo. Por eso en los pueblos inventaron una cosa que dio en llamarse “periodista”.
El periodista es otro mortal más. Como ser humano, no está curado de hacer bromas pesadas, distorsionar la verdad, difundir rumores perniciosos o tomarse demasiado en serio las historias contadas por “un amigo de un amigo que dice que…” Sin embargo, el periodista, cuando ejerce de periodista, cuando trabaja en un medio de comunicación, cuando nos habla como periodista, cuando publica una información, no puede comportarse como un pastor. Es alguien que ha sido formado como periodista, que recibe un salario por hacer lo que hace en ese momento, que es revestido de una autoridad social y que ejerce una responsabilidad pública.
Apostaría a que la crisis del periodismo empezó hace mucho tiempo, pero, sin duda, desde que el ébola pisó territorio español hasta los atentados islamistas en Francia, nos ha costado diferenciar entre las “noticias” y “opiniones” de muchos pastores y las de los periodistas. Es decir: que los periodistas se confundían con facilidad con los pastores.
Cuando los periodistas nos acostumbran a las falsas alarmas, noticias inexistentes, la difusión de rumores, el análisis crítico de sucesos inexistentes, pierden la credibilidad, como el pastor de la fábula de Esopo. Y lo terrible no será ya “la crisis del periodismo” –demasiado se mira la profesión al ombligo– sino que, sin buen periodismo, el pueblo entero perderá su rebaño.