The Newsroom cierra su primera temporada con tres posibles dimisiones. La más sonada, la del conductor del programa, Will McAvoy. Los motivos de esas decisiones mezclan aspectos estrictamente personales con otros profesionales, pero estos últimos parecen ser los más relevantes. Mejor dicho: los motivos profesionales, en este caso, resultan ser más hondamente personales que los no profesionales.
Al conflicto sentimental de Will se suma un varapalo profesional de primer orden: la portada de la revista New York le tilda de El más tonto. Llevaba un año tratando de hacer un buen programa, comprometido, independiente, riguroso… y sus colegas de otros medios le tildan de idealista, de quijote, de tonto trasnochado. El millonario presentador no sabe aguantar la presión, acaba hospitalizado y toma la determinación de abandonar el Periodismo.
Según los médicos, Will estará listo para marcharse a casa en una semana. Su cuerpo es fuerte y se recupera rápido, pero: ¿Qué hay de su espíritu? ¿Qué podrá curar su vocación de periodista? Todos intentan que regrese con muy buenos argumentos, pero ninguno logra convencerle. Sólo Charlie, ese viejo periodista que le conoce tan bien, encontrará la clave: será la enfermera Cooper quien cure la vocación de Will.
No de deja de ser un juego narrativo digno de agradecer que sea una enfermera quien devuelva a Will el amor al Periodismo, quien cure su vocación malherida. La enfermera Cooper le cuenta a Will la historia de su abuela, que es la historia de varios millones de estadounidenses que, por culpa de una nueva ley, no podrán votar en las próximas elecciones generales. Esa injusticia le recuerda a Will por qué se hizo periodista, y al sanar su vocación sana también su cuerpo de inmediato: no será capaz de permanecer en cama ni un minuto más.
Esta secuencia nos recuerda algo muy importante para los periodistas: el motor de la profesión no puede ser el ego –lo que los demás dicen de nosotros-, ni tampoco las ideas o los argumentos –que no le convencieron para volver-. El verdadero motor de los periodistas con las personas. Los ciudadanos. Velar por el cumplimiento de sus derechos y sus responsabilidades. Combatir las injusticias.
Tal vez esto parezca obvio. O tal vez parezca idealista o quijotescto. Pero es verdad. Cuando el motor del Periodismo es el ego, el periodista se desfonda con facilidad. Cuando el motor de su trabaja son las ideas, desvinculadas de personas con rostros, nombres y apellidos, deja de ser periodista y se convierte en ideólogo.
La mejor forma de encajar los golpes y de mantener viva la llama de la vocación es olvidarse de uno mismo e imaginar, cada día, los rostros de aquellos a quienes servimos con nuestro trabajo.