Nadie debería dudar de la potencia de Rusia y mucho menos menospreciarla. Es cierto que desde que se derrumbó el muro de Berlín, en 1989, y, en 1991, cayó el bloque soviético, Moscú había estado en una crisis de la que le costó salir hasta bien entrado el siglo XXI. Mientras tanto, la depresión rusa fue aprovechada por Estados Unidos para incrementar considerablemente su presencia e influencia en el ámbito internacional.
Rusia lleva unos años dando señales de recuperación y anhela volver a tener protagonismo mundial. Ya lo demostró al arrebatar la península de Crimea a Ucrania cuando este país se acercaba políticamente a la Unión Europea y al incitar, de manera soterrada, a los prorrusos del este ucraniano para que mantengan la tensión en la zona. El Kremlin también ha demostrado su fortaleza en el conflicto en Siria, al intervenir militarmente a favor del presidente sirio, Bashar al Assad. Además, cada vez son más las miradas que se dirigen a Moscú cuando hay campañas masivas de desinformación.
Ahora, Vladímir Putin ha dado un importante paso más. Durante su discurso ante el Parlamento, el presidente ruso asestó un golpe de efecto y presentó numerosas armas, fruto del desarrollo de su industria militar. Entre ellas, se encuentran diferentes tipos de misiles con capacidad nuclear, sistemas subacuáticos no tripulados, dispositivos láser... Además, Putin se vanaglorió de que ese armamento es capaz de superar el escudo antimisiles que Estados Unidos tiene desarrollado tanto para su país como para sus aliados europeos, y recalcó que es capaz de golpear en el territorio estadounidense sin ser interceptado.