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De perdurar lo pactado entre los líderes de la oposición, estaríamos asistiendo a un importante cambio de ciclo en Israel. El fin de la era Netanyahu, quien lleva ocupando el cargo de primer ministro durante los últimos doce años (a lo que habría que sumar los tres años que ocupó el cargo a finales de los noventa) ha sido de una longevidad sin precedentes en la corta historia del estado hebreo. Y esta es quizás la clave para explicar lo ocurrido: la necesidad de poner fin al “rey Bibi”. Poco (o nada) más es lo que une a los ocho partidos políticos que han suscrito el pacto. El único denominador común del pacto es que están hartos de Netanyahu. Esto nos lleva a la gran incógnita de lo ocurrido: ¿cuánto va a durar? Porque nadie descarta que la coalición de ocho partidos (varios de ellos antitéticos) pueda saltar por los aires en cualquier momento.
Para empezar, la foto del pacto muestra a Naftali Bennett (político situado a la derecha de Netanyahu y firme defensor del movimiento colono israelí) con Mansour Abbas (líder árabe islamista). Aparte de la animosidad hacia la persona de Netanyahu, ¿qué une a estos dos líderes políticos? La participación de un partido árabe israelí en el acuerdo es histórica, no hay duda. Hasta ahora, los partidos árabes permanecían marginados y firmes en una posición de autoexclusión. Es la primera vez que forman parte de un acuerdo de gobierno. Con un 20% de la población israelí, era cuestión de tiempo que los árabes entrasen a formar parte del juego político del país. Lo sorprendente es la forma decidida y abierta en que lo han hecho. Habrá que esperar si esto desemboca en una mayor integración política de la comunidad árabe israelí y en una mayor implicación e identificación con los retos del país.
"La participación de un partido árabe israelí en el acuerdo de gobierno es histórica"
Como parte del acuerdo, se ha establecido un liderazgo rotatorio. Bennett sería el primero en ocupar el cargo de primer ministro para ser luego sustituido por Yair Lapid, el artífice del acuerdo y el peso fuerte del nuevo Gobierno. Cuando se produzca ese relevo (previsiblemente en dos años, si es que el acuerdo sobrevive tanto) se abrirá una nueva incógnita. Pues mientras que los partidos de derecha que forman parte del acuerdo probablemente se sientan cómodos con las políticas de Bennett, quizás tengan serias dudas a la hora de apoyar el liderazgo de Lapid. No obstante, esas tensiones estarán presentes desde el principio, ya que los más de veinte ministerios del gobierno estarán repartidos entre los ocho partidos partícipes del acuerdo y, como ya hemos dicho, no podrían ser más diferentes unos de otros.
Los años de Netanyahu, en lo relativo a la política exterior, han estado marcados por tres hechos decisivos: la implosión del consenso bipartidista entorno a Israel en Estados Unidos, el programa nuclear y las ambiciones hegemónicas regionales de Irán y el estrechamiento de lazos con diversos países árabes. Con respecto a Irán, cabe esperar una política continuista por parte del Gobierno israelí (aunque quizás más comedida en lo relativo a pronunciamientos públicos). Con respecto a las nuevas alianzas en el mundo árabe, la incógnita es hasta qué punto estas estaban basadas en la diplomacia personal de Trump y Netanyahu, y si se verán afectadas por la marcha de estos dos. Es quizás en el apartado del quebrantamiento del consenso con respecto a Israel en la política norteamericana donde más esperanzas de lograr avances hay por parte del nuevo Gobierno.
"Netanyahu estaba alejando al partido demócrata de Israel y haciendo antipática la causa hebrea de cara a la opinión pública estadounidense"
Netanyahu ha quedado marcado como un primer ministro israelí pro-republicano, que jugó sucio contra Obama y apostó de una forma descarada por Trump. La sensación era que Netanyahu estaba alejando al partido demócrata de Israel y haciendo antipática la causa hebrea de cara a la opinión pública estadounidense. En sus primeras declaraciones tras ser elegido presidente de Israel, Issac Herzog, ya ha anunciado que recuperar el apoyo y la confianza de Estados Unidos será una de sus prioridades. Probablemente, con un ejecutivo que evite inmiscuirse en la política doméstica norteamericana (o que lo haga de forma más discreta) cabría esperar una mejora en los lazos con el partido demócrata. Pero esta es una expectativa ilusoria. Con Netanyahu o sin Netanyahu, el partido demócrata (especialmente las nuevas generaciones), han tomado un camino de difícil retorno que lleva a un distanciamiento cada vez mayor con Israel.
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