España ha regresado al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Lo hace como miembro no permanente y por un periodo de dos años. Dicen los expertos que el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo, hizo un buen trabajo para lograr apoyos y conseguir la plaza tras derrotar a Turquía.
Sea como fuere, ser uno de los 15 integrantes del Consejo de Seguridad es bueno para España porque vuelve a adquirir cierta relevancia en el ámbito internacional después de los nefastos años del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. No es que con Mariano Rajoy la diplomacia española sea maravillosa, pero, al menos, sí parece más cuidada.
Formar parte del Consejo de Seguridad permite a los representantes españoles estar en la cocina donde se toman decisiones que afectan al mundo. Si bien, hay cinco chefs que cortan el bacalao y que parecen los dueños del restaurante, aunque oficialmente no lo sean: Estados Unidos, Rusia, China, Francia y Reino Unido.
Estos cinco países son miembros permanentes y tienen derecho de veto. Es decir, que cualquiera de ellos puede impedir la aprobación de una resolución, por muy importante que se considere, aunque los otros 14 miembros estén de acuerdo.
Precisamente esta herencia de la Guerra Fría (con EE.UU., Francia y Reino Unido por un lado, y Rusia y China por otro) es uno de los lastres actuales de la ONU. Después de décadas de funcionamiento, esta organización se ha visto salpicada por casos de corrupción, y no se ha adaptado a los nuevos escenarios y desafíos internacionales. Las grandes potencias mantienen un poder desmedido, a pesar de que el mundo ha cambiado.
En cualquier caso, estas son las normas y los cinco privilegiados no quieren dejar de serlo, como es lógico. Por eso, España debe aprovechar la oportunidad para demostrar que se puede confiar en ella y que es capaz de hacer muchas cosas y muy buenas, pese a las dificultades. Tampoco estaría de más que intentara arrimar el ascua a su sardina en los asuntos que se debatan y donde tenga intereses. Las oportunidades son para aprovecharlas porque nunca se sabe cuándo van a regresar, si es que lo hacen.