Dicen las madres y los buenos profesores que un examen no se prepara la tarde antes. No les falta razón. Cuando desaprovechas un trimestre entero es casi imposible estudiar todo el temario la víspera. No suele haber excepciones. Ni milagros. Cuando desperdicias 103 días estás condenado al fracaso y eso mismo es lo que ha conseguido Artur Mas tras las elecciones autonómicas del 27 de septiembre. Planteó un plebiscito sobre la independencia y sólo consiguió el 39,5% de los votos pese a coaligarse con Esquerra Republicana de Catalunya. Dos partidos que en 2012 sumaban 71 diputados y el 44,2% de las urnas, han perdido 9 diputados y casi un 5% de apoyo popular en pleno desafío separatista. Los datos son elocuentes. Sin embargo, el secesionismo cierra los ojos a la realidad, manipula las cifras a su favor y presume desde la misma noche electoral de tener el respaldo de los ciudadanos para romper con España y declarar un Estado propio.
Artur Mas mintió a los demás y se engañó a sí mismo al pensar que había conseguido lo imposible. Su propósito personal no era ganar los comicios y seguramente ni siquiera alcanzar la independencia. Su obsesión era mantenerse al frente de la Generalitat como presidente. El poder por el poder. Ahí la razón para pactar una coalición con ERC cuando las encuestas vaticinaban la derrota de CiU, para romper su partido y abandonar a los hermanos de Unió, para esconder las siglas de Convergencia en pleno escándalo por la corrupción de la familia Pujol, para colocar como cabeza de lista a un político de ICV como Raúl Romeva y para conformarse el molt honorable president con el cuarto puesto en la candidatura unitaria de Junts pel Sí. La única condición que puso entonces fue ser investido de nuevo tras las elecciones que iban a emprender la separación de Cataluña del resto de España. Todo para nada.
Ahora toma su relevo el alcalde de Girona, que en apenas 24 horas pasa de gobernar una ciudad a querer construir un país independiente. Delirios de grandeza nunca faltan entre quienes se creen llamados a escribir la Historia con letras de oro. Carles Puigdemont promete un giro social impuesto por la CUP que no puede pagar porque hace años que la Generalitat necesita del dinero de papá Estado para subsistir. Desde 2012 ha recibido nada más y nada menos que más de 52.000 millones de euros de ayuda desde La Moncloa para abonar facturas de servicios básicos como hospitales y farmacias. Puigdemont garantiza también mejores condiciones para los catalanes mientras oculta que su querido Artur Mas ha recortado en sanidad más que ninguna comunidad y ha subido los impuestos más que en ningún territorio. Sin embargo, la culpa de todos los males siempre la tiene eso que los independentistas llaman Madrid y que en el fondo es la suma de castellanos, gallegos, extremeños, andaluces, canarios, valencianos, asturianos, aragoneses, riojanos, murcianos, baleares, cántabros, vascos y manchegos, además de madrileños.