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La democracia es el sistema político donde todos los votos valen igual. Esa es su primera grandeza y a la vez su debilidad. Lo mismo pesa el sufragio de un rico que el de un pobre. Lo mismo el de un analfabeto que el de un doctorado universitario. Lo mismo el de un anciano que el de un joven. Lo mismo el de un sindicalista que el de un empresario. Lo mismo el de un hombre que el de una mujer y lo mismo el de un blanco que el de un negro. Todos igual, siempre igual. Demos gracias porque no siempre fue así y muchos países siguen sin disfrutar tal privilegio. Este mecanismo de elección es el que facilita la segunda grandeza de una democracia: cualquiera puede ser presidente. Sólo hace falta que la mayoría del pueblo lo desee y lo exprese así en las urnas.
Las expectativas sobre Trump son tan malas que únicamente pueden mejorar
Cuando Estados Unidos eligió a Barack Obama como presidente de la Casa Blanca, el mundo enteró alabó la primera democracia del mundo. Por fin un afroamericano gobernaría el país, símbolo de igualdad real. Ahora que proclama a Donald Trump, esa misma democracia parece funesta. Sin embargo, es el mismo sistema y son casi los mismos votantes con cuatro años de diferencia. Ni era perfecta hasta el 20 de enero la nación de los 50 estados ni pasa a ser un infierno por cambiar al comandante en jefe. La grandeza de la democracia radica precisamente en que cualquiera puede alcanzar el poder. Y cualquiera significa cualquiera, para bien o para mal: el honrado o el corrupto; el pacifista o el belicista, el proteccionista o el liberal, el prudente o el provocador, el mujeriego o el galán, Obama o Trump, Bill Clinton o George W. Bush.
Las expectativas sobre el mandato de Donald Trump son tan malas y pesimistas que únicamente pueden mejorar. Su elección no es el fin del mundo y tampoco supone la resurrección de una nación deprimida, por mucho que él afirmara la mañana de su toma de posesión: "Hoy empieza todo". Hasta ahora ha demostrado ser un iluminado, un prepotente, un egoísta, un orgulloso, un maleducado, un machista, un negacionista del cambio climático, un promotor de las energías fósiles y un xenófobo pese a estar casado con una inmigrante. Sin embargo, no hay que descartar que su discurso patriótico resucite el orgullo nacional y que la receta económica dinamice la economía de EEUU gracias al empeño de priorizar la producción y el consumo nacional. El proteccionismo suele funcionar en el corto plazo, aunque resulta letal en el largo.
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