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Un periodista en la Cuba de Fidel

fuente: Libertaddigital.com
fuente: Libertaddigital.com
Gabirel Sánchez  |  Periodista y profesor de la UFV
Dos mil dólares por meter una parabólica en Cuba. Ese era “el impuesto revolucionario” que las autoridades del aeropuerto José Martí exigieron a los enviados especiales de Radio Nacional de España que, en 1998, viajaron hasta la capital cubana para cubrir el viaje del Papa Juan Pablo II a la isla. O dos mil dólares, o la parabólica no salía del mostrador de inmigración. Como pudimos, recaudamos la elevada suma, aportando dinero personal y el que correspondía a nuestras dietas, pues los gastos de producción del equipo no contemplaba semejante atraco en pleno día.
Radio Rebelde era nuestro destino. La sede de la emisora pública cubana se encontraba en la Avenida 23, popularmente conocida como La Rampa. El edificio hacía esquina y, cruzando la calle, la famosa heladería Coppelia, escenario de Fresa y Chocolate, la película de Gutiérrez Alea que catapultó a Jorge Perugorría, y con la que el régimen quiso dar a conocer que, fronteras adentro, no había censura y que se le podía criticar sin consecuencias represivas. ¡Ah!Y donde Michael Corleone se da cuenta de que ha sido traicionado por su hermano Fredo en El Padrino II.
Escaleras con la mitad de los peldaños rotos, tablones superpuestos a modo de suelo, huecos que hacían las veces de puertas, paredes, ayer con pintura alegre, hoy llenas de desconchones… Y al final, el estudio de radio. Parecía el decorado de una película de época, con sus butacas para hacer programas de radio cara al público y, en el fondo, cubierto con una colcha llena de polvo, un piano. Fue sobre el instrumento musical donde instalamos nuestros enseres: un fax, dos ordenadores, un par de teléfonos. Todo lo teníamos que llevar de casa, pues ellos carecían de los elementos mínimos de comunicación. Un acontecimiento informativo de interés mundial, y los magnetófonos con núcleos de aluminio y las mesas de control con agujas. Ni Matías Prats cuando narró el gol de Zarra usó semejantes antiguallas. 
A las pocas horas de estar instalados allí se presentó un teniente de la Guardia Nacional. Joven, amable, reservado, sólo nos dijo su nombre y su grado. Y se sentó en una butaca de aquella ridícula platea. No preguntamos tampoco, ni nos planteamos cuál era el papel de aquel intruso desconocido. Nosotros, a lo nuestro. Pero lo averiguamos pronto. Cada vez que entablábamos una conexión con Madrid para transmitir, el oficial se situaba detrás de nosotros y escuchaba cuanto decíamos. Cuando pedíamos al encargado del control técnico que nos grabara una crónica (la diferencia horaria obligaba a utilizar este sistema con mucha frecuencia), el primero que se personaba en la cabina de grabación era el teniente; si queríamos hacer una selección de testimonios de ciudadanos anónimos que habíamos grabado en la calle para personalizar nuestras informaciones y conocer cómo los ciudadanos valoraban la visita del jefe de la Iglesia Católica, el militar sugería qué voces debíamos rescatar y cuáles mejor olvidar. En fin, una locura.
Emitíamos el informativo España a las 8 (de 7 a 9 de la mañana, hora de Madrid) desde La Habana. Así pues, nos íbamos a dormir a las 3 de la mañana, hora local. Y el teniente, como una roca, pegado a nuestra chepa, sin dar ningún síntoma de cansancio o somnolencia. Nunca le preguntamos quién le mandaba, ni cuántos partes había dado de nuestro trabajo. Total para qué. Ni siquiera la última noche, cuando el viaje oficial había finalizado, habíamos terminado todos nuestros compromisos profesionales y nos pudimos dar el capricho (único en casi una semana) de salir a cenar a un restaurante de La Habana Vieja. Naturalmente el teniente se vino con nosotros. Las primeras copas, la cena y las de después las degustó con especial agrado, entre otras cosas porque no pagó en ningún sitio ni un solo céntimo. Al parecer, en el control de los periodistas extranjeros, va incluido el sentido de gorrón. Nunca supimos si por decisión propia o atendiendo a las directrices del régimen. Y ni siquiera se despidió de nosotros.
Con tantos periodistas extranjeros que van a aterrizar estos días en La  Habana, trabajo no le va a faltar….Pero se va a poner las botas.
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