Una mirada vertical

El tipo de la foto no lo sabe, pero usted que lee esto sí: el hombre necesita mirar hacia arriba para entender lo que pasa aquí abajo. Cuando uno se da cuenta de que no puede perdonar al vecino que, noche tras noche, organiza todo tipo de fiestas ruidosas que le impiden dormir, es entonces cuando la realidad del misterio que nos sobrepasa adquiere una dimensión, digamos, escatológica. No podemos perdonar al vecino por nuestra condición de hombres, porque el perdón es una gracia que viene de lo Alto. Mirar al cielo sin entender casi nada es el antídoto frente a la frustración, el consuelo ante las batallas perdidas, el gesto que cumple lo que nuestra voluntad no alcanza.

Si dejamos de mirar hacia arriba no nos quedará más remedio que observarnos permanente a nosotros mismos. Buscaremos explicaciones en nuestros ombligos, analizaremos lo que podemos hacer desde nuestras propias expectativas y, ante la imposibilidad de perdonar o de amar desinteresadamente, recurriremos a la pastilla, al coach o al fútbol; pero nada de eso podrá saciar el vacío inmenso que se abrirá en nuestro corazón. El chico del pasamontañas no solo ha profanado una imagen sagrada, sino que ha sustituido la verticalidad del hombre hacia Dios por una horizontalidad mundana y seca, sin gracia, desposeída de toda trascendencia.

Profanar un templo es, de por sí, un atentado primario, cuyo perdón procede solo del Padre. Nosotros podemos colaborar en la reparación, como Iglesia que somos, y aunque los muchachos que corren encapuchados, enganchados a la adrenalina de la protesta y el grupo, no lo sepan, esas oraciones van también por ellos. Ojalá sus legítimas razones, sus evidentes necesidades materiales, encuentren respuesta por parte de las administraciones chilenas, que deben escuchar la verdad que hay escondida en medio de la violencia, las razones de fondo que causan tanta rabia. Porque, aunque esa violencia haga ruido, las peticiones de la mayoría del pueblo son justas y responden a un anhelo de «soluciones reales y pacíficas», como han señalado los obispos chilenos.

Ahora bien, convendría no olvidar que el mayor anhelo del corazón del hombre es el encuentro con Dios; un encuentro que, como ha dicho Benedicto XVI, transforma enteramente una vida. Solo esa mirada vertical puede saciar las heridas abiertas y los sufrimientos que acumulamos en nuestra vida. También los de ese chico que se tapa la cara y se cubre la mano con que violenta aquello cuya bondad desconoce. Puede uno intuir su rabia, el odio que le mueve, la frustración que le dirige y que, en estos días, se contagia de país en país en nuestra querida Hispanoamérica. La paz no está en que el miedo cambie de bando, como piensan algunos, sino en dejar de pedirle al de al lado lo que solo puede darte El de arriba.