La información sobre la opinión. La imagen es importante, la integridad de las personas lo es más. Derecho a la intimidad por encima de la venta de periódicos. Aunque son algunos de los pilares básicos que un periodista debería tener grabados en su mente, por desgracia el devenir de los acontecimientos y la crisis económica han transformado las prioridades informativas de Occidente.
Jugamos con las personas. Lo hacemos cuando publicamos a toda página la imagen de una señora a la que le ha tocado sufrir la enfermedad durante su convalecencia en el hospital. Alquilamos pisos si es necesario para poder tomar fotos de la habitación. Los objetivos preparados desde que cae el sol. El ciudadano abre el periódico. Por desgracia los ojos con la inconsciencia del morbo inhumano se centran en esa foto. Todo lo demás queda en segundo plano. Después llegarán esos comentarios de repulsa hacia el medio, hacia el periodista, hacia una sociedad enferma. Pero en primera instancia lo mira. Lo compra. Y de ello nos aprovechamos todos.
Hace una semanas tuve el honor de coincidir con un experto de la comunicación, del relato de historias desde países donde los problemas se basan en esperar horas para conseguir algo de alimento. Donde salir a la calle es cuestión de vida o muerte. Y donde el olor de la pólvora se ha convertido en algo tan familiar que ya ni da miedo. Periodista curtido en historias para no dormir, con el semblante frío que refleja el dolor que hace fuerte, para el que uno ya está tan preparado que ya ni siente. Marc Marginedas estaba allí, en una conferencia de prensa para hablar de aquello que mejor que muchos ha experimentado: la guerra.
Tanto que el peligro que un periodista pretende no ver cuando de verdad lo es le devora hasta ponerle en el peor de las situaciones. Y llegó entero, como el resto de sus compañeros. Y lo hizo con una misión: basta de vender asesinatos a sangre fría en portada. Es el juego del que desafía, del que pretende salirse con la suya. Es la integridad de tantas personas, de su familia, de la sociedad. El periodista cuenta historias, jamás se convierte en protagonista de las mismas. Aunque los enemigos de la paz así lo crean.